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LA SED, DE GEORGES SIMENON

Un retazo de cielo ya estaba muerto…

Se acaba de publicar en España por la editorial Tusquets La sed de Georges Simenon. Novela del autor belga y famoso creador del inspector Maigret, protagonista de una larga serie de novelas policiacas. Este texto, de título tan escueto, fue escrito durante una escala en Tahití de un largo viaje que hizo el autor por el mundo.

Se acaba de publicar en España por la editorial Tusquets La sed de Georges Simenon. Novela del autor belga y famoso creador del inspector Maigret, protagonista de una larga serie de novelas policiacas. Este texto, de título tan escueto, fue escrito durante una escala en Tahití de un largo viaje que hizo el autor por el mundo.
La sed, de Georges Simenon
La novela se sitúa en una isla del archipiélago Galápagos, Floreana, isla paradisíaca en la que se ha retirado el famoso profesor Frantz Müller a escribir su gran obra filosófica: La teoría de los cuatro Mundos. Acompañado por Rita, vive en una modesta cabaña y cultiva lo necesario para sobrevivir. Además comparten la isla con el matrimonio Herrmann, se han instalado en la isla con su hijo Jef y mantienen la esperanza de que se recupere de una tuberculosis. Su único contacto con el resto del mundo es el barco que llega cada seis meses y que les procura clavos –para los trabajos de carpintería- y semillas para las cosechas, además de las visitas esporádicas de Larsen, un joven noruego que vive en una isla vecina. Por el planteamiento de la obra y la presentación del paisaje y las figuras, podríamos pensar en una novela de búsqueda de un paraíso. Así parece, el doctor Müller y todos sus compañeros han renunciado a la civilización  para hallar el silencio, la paz y el retiro necesario para el pensamiento o la vida natural. Leyendo las primeras páginas esta interpretación parece plausible, e incluso el acontecimiento central de la narración, a saber la llegada de la condesa Von Kléber con sus aires de grandeza y con sus proyectos de hacer de Floreana un destino turístico de elite que tenga por centro el Hotel de la Naturaleza, es un dato que abunda en esta interpretación. Ella llega con sus dos acompañantes, Nic y Kraus, e intenta romper todo el orden establecido por los habitantes: dispone de los bienes del doctor, humilla a los Herrmann e instaura un modo de vida vicioso y tiránico. Además a ella parece que se deben los desordenes, las contrariedades, las enfermedades, las disputas y las escaseces. Con su llegada parece que el Paraíso añorado, buscado y mantenido a lo largo de cinco años, los que lleva el doctor en Floreana, se ha roto.
 
La rotundidad del título quiere apuntar a la época de sequía que empieza a sentirse a partir del capítulo quinto. Primero el arroyo caudaloso se convierte en un tímido hilo de agua,  los frutos se secan, las gallinas dejan de poner huevos, los animales salvajes mueren famélicos… a medida que la escasez de agua se va haciendo más severa, parece que el destino de esta comunidad no deja lugar a dudas, morirán de sed. Y sin embargo el desenlace de la obra no es ése. Tampoco el título de la obra apunta a un sentido metafórico. Los personajes no desean nada; aunque el doctor Müller ha abandonado su profesión y a su mujer para escribir su obra, pasan los días y el cuaderno en el que debería escribir sus reflexiones se empolva, Rita vive con el doctor pero no encuentra ni aliento ni alegría ninguna en la relación, los Herrmann ven pasar lo días lejos de cualquier experiencia de satisfacción y la condesa sólo disfruta tiranizando a los de su alrededor…el ritmo de la narración se encamina hacia la decadencia pero sin que hayamos podido atisbar ni el menor vislumbre de esplendor.
 
En una ocasión la hermosa puesta de sol reúne a todos los habitantes. La belleza se convierte en la gran negación de ese paraíso que abría expectativas, no porque la naturaleza se presente como una fuerza caprichosa e hiriente, sino por la conciencia desesperada con la que se mira. La hermosura del crepúsculo solamente crispa a esta serie de habitantes para los que el significado no existe y por eso todo es amenazante y oscuro:
Nunca había parecido tan lejano el horizonte. Era como estar en otro mundo, un mundo que ignoraba a la tierra, sepultada por aquel sol incandescente.
 
Rita volvió la cabeza y sintió que se le hacía un nudo en la garganta, pues todo un retazo de cielo ya estaba muerto. La tonalidad púrpura y la luz no llegaban hasta allí, donde reinaba una claridad verdosa, implacablemente nítida.
 
Mientras en otras partes los árboles se teñían de rojo con el crepúsculo, por aquella zona los objetos cobraban actitudes humanas, en apariencia paralizados, perfilados, afilados como por una luz que venía de fuera del sol, como si la tierra se hubiese enfriado de repente, como si, escabulléndose de su orbe tranquilizador, hubiese penetrado en un nuevo ciclo de planetas (…) Nadie podía escapar a aquello. Era excesivo para los nervios, para las arterias de un hombre. En el cielo estaba librándose una lucha gigantesca, una lucha de astros, de estrellas, de prismas, y ellos sólo veían halos cuyos juegos no podían comprender.
Por eso la novela no se puede situar en la órbita de Robinson Crusoe, donde la narración era cauce para que el protagonista  se demostrase a sí mismo cómo era capaz de crear la civilización de la nada, naturalmente siguiendo los mismos parámetros de “aurea mediocritas” que había rechazado en el hogar familiar, el de su padre Kreutznauer; ni tampoco es una novela que presente la búsqueda de paraísos naturales. Es la novela en la que el sinsentido y absurdo domina toda la peripecia y tiñe el desolador final que se deshace en muerte y en nada: un nihilismo que desestructura la armonía del texto y pulveriza a sus personajes.
 
Simenon, G., La sed, Tusquets, Barcelona, 2004.
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