El Papa Ratzinger sabe que España está inmersa en una situación especialmente grave y preocupante. Se envuelve de palabrería engañosa el bien de la paz, a la vez que se esconde la posesión de armas, la extorsión, el pago del impuesto revolucionario (si no, ¿con qué se va a negociar y cómo volver a las andadas si no consiguen lo que pretenden?), la intimidación y el insulto en la calle, etc. A este país viene Benedicto XVI con un mensaje de paz y de verdad, porque, como dijo en el discurso al Cuerpo Diplomático el pasado mes de enero, la Iglesia no hace más que difundir el mensaje de Cristo, que vino a anunciar la paz a los que estaban lejos y a los que estaban cerca.
El Papa hablará ciertamente sobre algunas cuestiones graves que inquietan al mundo y, en particular, a los españoles: la vida, la familia, el matrimonio, la educación, la libertad, especialmente la libertad religiosa y los derechos humanos; la pobreza y el hambre, la explotación laboral y sexual de niños y mujeres, la inmigración, en particular, la africana, y, por supuesto, la paz y el terrorismo. Además, el Papa insistirá en el gran problema cultural de nuestro tiempo: el relativismo y el indiferentismo hacia las grandes cuestiones que interesan a la felicidad y a la verdad del hombre y de la vida. Sobre todo esto y mucho más necesitamos su palabra iluminadora, su presencia es un don.
La presencia de Benedicto XVI es un don de esperanza para las familias. En España, no soplan vientos favorables para la familia, fundada en el matrimonio, fruto de la unión amorosa de un hombre y una mujer. La familia sufre el acoso y la sinrazón del laicismo arrogante y prepotente. El Encuentro es un acontecimiento público, una afirmación inequívoca de que la familia sí importa; y que atacarla y menospreciarla es atacar a la raíz de la sociedad y al entorno más sagrado de la vida. Al defender la familia no vamos en contra de nadie, sólo reclamamos que se respete la verdad de una realidad humana que no puede depender de ninguna ideología y de ningún poder político.
Para aquellos que acudimos al encuentro de las familias con el Papa, el que Zapatero vaya a Valencia no parece que tenga sentido. El dirigente de una política hostil a la cooperación con la Iglesia, a la libertad de enseñanza y de educación, al matrimonio y a la familia, a la libertad de expresión, a la libertad religiosa de los católicos, entre otras cosas, se introduce en uno de los más grandes acontecimientos de afirmación de la familia, para mendigar una foto con el Papa, que utilizará en su álbum electoral. Esto no es serio, es una farsa que será devotamente recogida por los medios de la propaganda.
La visita de Papa Ratzinger es un don de esperanza para la sociedad española. Vivimos una sequía de ideales colectivos, adolecemos de individualismo, tenemos la conciencia adormecida, bajo la sórdida manipulación y el adoctrinamiento de la maquinaria gubernamental mediática. Nos parecemos a una sociedad que se suicida viendo pasar delante de sus ojos la sinrazón. Despertemos y levantemos el pié, dispuestos a caminar contra corriente, con el impulso de este hombre de fe que confía intensa y amorosamente en el hombre.
Acojo esta visita de Benedicto XVI como un don de esperanza para la paz, la verdadera, no la paz de la mentira y la muerte. En el último "Mensaje para la Jornada mundial de la Paz", del uno de enero, el Papa escribió que "donde y cuando el hombre se deja iluminar por el resplandor de la verdad, emprende de modo casi natural el camino de la paz. En la verdad, la paz". Por eso, en el discurso al Cuerpo Diplomático, por esas mismas fechas, propuso, como estímulo fraterno, cuatro enunciados sencillos que es menester volver a recordar: primero, el compromiso por la verdad es el alma de la justicia; segundo, el compromiso por la verdad da vigor al derecho a la libertad; tercero, el compromiso por la verdad abre el camino al perdón y a la reconciliación; y cuarto, el compromiso por la verdad abre camino a nuevas esperanzas.
La verdad fundamenta todo proyecto que genera esperanza, no así la mentira, que a menudo se presenta con una apariencia de verdad. La grandeza del ser humano consiste en buscar y querer conocer la verdad. Al Estado le corresponde el deber de garantizar la libertad tanto en la vida pública como en la vida privada. Desgraciadamente, no siempre es así. No hay esperanza de paz en Zapatero, si los asesinos celebran y se felicitan porque van consiguiendo aquello por que mataron, mientras las víctimas siguen llorando su dolor, olvidadas y traicionadas.
La paz no es sólo el silencio de las pistolas, sino un nuevo dinamismo de justicia, perdón y reconciliación. La paz en la verdad exige reconocer los errores, cumplir las penas y pedir perdón, además de abandonar sus reivindicaciones excluyentes, las armas y los métodos de extorsión. La sangre de las víctimas no reclama venganza, sino respeto por la vida, justicia, memoria y dignidad.
Para todos, la visita de Benedicto XVI es un don de esperanza. Estos días en Valencia rezamos como el salmista: "Amor y verdad se han dado cita". La Iglesia vive de esta verdad, se ilumina con ella a si misma, y propone y regala a los demás. A la luz de la verdad de Cristo, no cesa de proclamar lo que considera más conforme con la dignidad del ser humano, su grandeza y su vocación de imagen de Dios.
Juan Souto Coelho es miembro del Instituto Social "León XIII"