Hanna es una mujer joven que trabaja en una fábrica textil. Tiene un carácter retraído, algo neurótico y es excesivamente celosa de su intimidad. Un día se ve obligada por el director de la fábrica a tomarse unas vacaciones. Se marcha al mar, y en el restaurante donde cena oye un día que en una plataforma petrolífera se precisa una enfermera para poco tiempo. Se ofrece, y allí realizará un encuentro imprevisto que cambiará su vida por completo.
Isabel Coixet hace gala una vez más de una prodigiosa capacidad de dirigir actores y de crear atmósferas dramáticamente muy densas. Rodada con maestría, cámara en mano y con un delicioso uso de la luz, La vida secreta de las palabras disecciona el horror de la guerra y de sus consecuencias en el ámbito de lo personal. En realidad lo que ella le preocupa es averiguar si se puede vivir con la memoria del horror, si se puede convivir con las consecuencias del mal. Hay gente que no, como el obrero que se tira a las llamas en la primera secuencia del film. Pero hay gente que sí: cuando la abrazan y acompañan. No es un tema nuevo, pero en manos de Coixet adquiere una frescura especial. Es cierto que la cinta es algo reiterativa, con una discutible -¿pretenciosa?- voz en off inicial y se recrea demasiado en el proceso psicológico -¿psicoanalítico?- de la protagonista, eje absoluto del film.
A la inigualable Sarah Polley le da la réplica un Tim Robbins contenido, que explota sus recursos dramáticos creando un personaje lleno de matices y de capas, capas que se van revelando paralelamente al desnudamiento interior y exterior de Hanna. Bajo la apariencia inicial de sordidez vulgar e instintiva, su personaje llega a desvelar una sensible humanidad conmovida por el dolor y sufrimiento humanos.
La película trata el drama humano sin edulcorantes, pero planteando una salida, la liberación de un encuentro redentor, una mirada que acoge sin compadecer, que perdona las huellas de la brutalidad. Sin duda, una película sólida, seria y llena de densidad dramática y poética. Lo mejor: la actriz Sarah Polley que da el máximo en una interpretación dificilísima. Lo peor: el absurdo homenaje gay que nada tiene que ver con el desarrollo de las tramas.