Para nadie es un secreto que el Papa ansiaba profundamente esta visita y que ha debido superar consejos y prevenciones de que al menos la demorase, a la vista del avispero en que se ha convertido la región y de los intentos de cada parte de inclinar los gestos y palabras del Pontífice hacia su interés particular. El domingo en el Ángelus, Benedicto XVI hizo una sobria referencia a su inminente partida, en la que mencionó en primer lugar su tarea de confirmar en la fe a las probadas poblaciones cristianas de la zona, en segundo lugar el compromiso de la Iglesia con la paz y la reconciliación, y por último el diálogo ecuménico e interreligioso. Después, en el saludo a los fieles de habla inglesa, se produjo una significativa referencia a los sufrimientos del pueblo palestino y a sus justas expectativas.
Lo cierto es que a diferencia de lo que sucedió en el año 2000 durante la visita de Juan Pablo II, ahora no se acaricia la inminencia de la paz (cosa que se reveló ilusoria poco después, con el comienzo de la Segunda Intifada) sino que aún están abiertas en carne viva las heridas de la reciente guerra en Gaza. En el campo político, la victoria de Netanyahu parece que cierra el ciclo inaugurado por los acuerdos de Oslo, de modo que ahora mismo no hay un camino desbrozado para la negociación y cada paso del Papa tiene que medirse al milímetro por sus delicadas repercusiones políticas. Israel teme un acento demasiado fuerte en los derechos del pueblo palestino (de los que ha sido tradicional valedora la diplomacia de la Santa Sede) mientras que el mundo árabe recela de un excesivo subrayado de las raíces comunes de hebreos y cristianos, un tema nuclear en la teología del Papa Ratzinger. Pero en fin, como también ha dicho el P. Jaeger, no se puede meter la peregrinación del Papa en una camisa de fuerza, haciendo lecturas que son impropias.
Hace meses, algunos líderes cristianos también mostraron su inquietud ante el contexto proceloso en que habría de producirse la visita. Son conocidas las tormentas que han afectado recientemente a las relaciones entre la Iglesia y el mundo judío. El clima se ha enrarecido por cuestiones tan diversas como la valoración del pontificado de Pío XII, las oraciones del misal antiguo o el reciente huracán por las declaraciones negacionistas del obispo lefebvriano Williamson. Hay quien teme que la Santa Sede, movida por su deseo de deshacer los malentendidos, se deje atrapar en una tela de araña y el viaje se decante en exceso hacia los intereses de Israel. El propio Patriarca Latino de Jerusalén, Fouad Twal ha reconocido en una entrevista esas angustias previas, pero explica que una vez conocido el programa completo, con su distribución de momentos dedicados a Jordania, a los territorios palestinos y a Israel, no se puede sino reconocer que este viaje será una bendición para todos. Es evidente que en las semanas precedentes el Papa ha tomado buena nota de la inquietud de quienes son principales destinatarios de su visita (los cristianos de Tierra Santa) y ha dialogado intensamente con los pastores de aquellas iglesias.
El Patriarca Twal ha reconocido que esperar a un momento mejor para programar la visita sería un planteamiento falso, porque la región no tiene perspectivas claras de paz, y eso supondría posponerlo sine die. Por el contrario, la dificultad de los tiempos que corren en la región, aumenta las expectativas: "Yo auguro que el Santo Padre vendrá a ayudarnos a superar las dificultades, a mirar más lejos, nos dará valor para permanecer fieles a nuestra misión, a nuestra fe y a nuestro sentido de pertenencia a esta tierra". También el Custodio Franciscano de Tierra Santa, P. Pizzaballa, ha dicho que los cristianos de la región precisan del contacto con la presencia de la Iglesia universal para no quedar encerrados en el estrecho horizonte de los duros problemas cotidianos. El carisma del Sucesor de Pedro encarnado en la genialidad propia de Benedicto XVI será sin duda una ayuda preciosa en esa dirección.
El propio Benedicto XVI, en la vigilia de su partida, ha querido evocar las inquietudes y angustias de nuestros hermanos en aquella tierra, sometidos a una dura pinza entre un ambiente islámico cada vez más radicalizado y sofocante y un Israel encerrado en sí mismo que no se desembaraza de viejos clichés sobre los cristianos. Y sin embargo es razonable otorgar un amplio crédito a la sabiduría y la libertad del Papa. Es seguro que Benedicto XVI va a remarcar el vínculo indisoluble entre la fe cristiana y su raíz hebrea, con palabras llenas de amistad pero siempre libres. Por el momento cien rabinos de las diferentes denominaciones van a recibir al Papa con una calurosa salutación en el diario Haarezt, invocando el patrimonio común de judíos y cristianos y su empeño en construir la paz. Y como ha reconocido también Twal, "cuanto más amistosa sea la relación de la Santa Sede con Israel, mejor podrá intervenir a favor de todos los habitantes de Tierra Santa, hebreos, musulmanes y cristianos".
Pero sobre todo en el corazón del Papa se está vivo el sufrimiento y la debilidad de las comunidades cristianas tentadas por la sensación del aislamiento, por la posibilidad de la emigración masiva o por recluirse en sus problemas de cada día. De nuevo el P. Jaeger ha dicho que "el Papa confortará a quienes permanecen, confirmando que vale la pena la opción de continuar siendo testigos de Cristo en su patria terrena". En efecto, estos cristianos son la carne de una historia que nos liga directamente a ese Jesús de quien Benedicto XVI sabe desplegar como nadie el relato de su divino-humanidad, que no es un mito sino un acontecimiento que puede ser reconocido hoy. Además, ellos tienen la hermosa misión de mostrar la novedad que introducen en la historia la misericordia y el perdón aprendidos de Jesús muerto y resucitado. Una novedad que es semilla de paz y entendimiento en una tierra atenazada por el rencor entre vecinos y hermanos. En definitiva, pese a todas las complejidades del tablero histórico, el Papa no podía faltar a esta cita. Demasiados hilos se anudan en aquella bendita y martirizada región. Como Pedro va a seguir las huellas de Jesús y a cumplir la misión que el Maestro le encargó. Y todo el mundo al escucharle podrá reconocer que cuanto allí sucedió hace dos mil años tiene que ver con su corazón.