Desde el día 30 de septiembre, nuestra atención ha quedado en buena medida absorbida por el proyecto de nuevo estatuto de autonomía para Cataluña. En realidad, no creo que en él nada nuevo se diga, aunque el que se diga en la tramitación de una ley es ya de por sí suficiente novedad. Pero el que se haya llegado a este punto no es sino consecuencia de una previa anuencia social. Es verdad que la mayoría de la población catalana, en las encuestas, no considera que Cataluña sea una nación, por señalar el punto que más debate suscita, pero no menos cierto es que votación tras votación los partidos que han venido planificando y ejecutando la política nacionalista se han visto mayoritariamente respaldados. Las políticas restrictivas de libertades elementales e impositivas de determinados puntos de vista se han visto favorecidas por la pasividad de la sociedad tanto de dentro de Cataluña como del resto de España que ha preferido mirar a otro lado.
El proyecto del nuevo estatuto de autonomía para Cataluña ofrece artículos muy preocupantes en lo que a la religión y la moral se refiere, pero en general lo son todos, pues aquello que pone al menos en serio peligro una convivencia secular y la solidaridad entre todos es de suyo algo que no puede pasar desapercibido a los ojos de un creyente ni a su acción. Una de las cuestiones más preocupantes, al margen de las explícitamente religiosas o morales, es la lingüística, donde se ve claramente lo que venimos diciendo, que la plasmación legal no es sino un paso que ha sido precedido por unas políticas, en las que se ha llegado a hablar de “comisarios lingüísticos” en los centros docentes de Infantil y Primaria, que se han visto favorecidas por la pasividad de la mayoría y el activismo constante y organizado de otros.
Entre los pocos que han tomado una postura contraria a la arrolladora corriente nacionalista, está la plataforma Convivencia Cívica Catalana, que preside Francisco Caja. Este grupo ciudadano, en junio pasado, realizó un estudio sobre el uso del castellano y el catalán en las celebraciones litúrgicas de la Iglesia católica en Cataluña. Los datos de la investigación pueden consultarse en el informe Lengua y fe. En el trabajo, se tomó en consideración una amplia muestra, lo cual le da un buen grado de fiabilidad. En concreto, fueron 4.300 celebraciones en 933 parroquias católicas en 600 poblaciones de toda la geografía catalana. Los resultados del estudio son altamente llamativos, aunque no hacen sino corroborar lo que por testimonios personales ya me sospechaba: en el 94% de las poblaciones de las cuatro provincias catalanas no es posible participar en una eucaristía en castellano; en Cataluña, se celebran siete veces más misas en catalán que en castellano. La desproporción con el número de castellanoparlantes es manifiesta. El caso es que la Constitución Sacrosanctum Concilium del Vaticano II (36.2) recomienda el uso de las lenguas vernáculas en la liturgia por ser útiles al pueblo de Dios. Tal vez debiéramos preguntarnos a quién servimos con este uso de las lenguas, si al anuncio de la palabra divina y al alimento espiritual de los fieles o a la implantación de un proyecto cultural.
Mientras la Luna enmascaraba paulatinamente al astro del día, yo caminaba por la calle y me quedaba fascinado con la insólita sombra que las ramas de los ya desnudos árboles dibujaban en el suelo y eché de menos no tener a mano ni las acuarelas ni la pericia suficiente para haber plasmado esa hermosura. Me queda el consuelo de que no me pasó desapercibida, pero esto no es suficiente, tenía que haber intentado dibujarla aunque fuera con mi torpeza y sin mis acuarelas.