En su Consolación a Marcia, Séneca se pregunta sobre lo que es el hombre y dice: "Un cuerpo endeble, débil, desnudo, sin defensa natural, que mendiga el auxilio ajeno, blanco de todos los ultrajes de la naturaleza". Es decir, Séneca, uno de los más egregios representantes del hombre antiguo, del hombre pagano, parece identificar en esta respuesta la vida humana con su cuerpo, con lo estrictamente material. Esto es algo que nos resulta sumamente familiar, pero en nuestra cultura solemos sustraer del primer plano el elemento de fragilidad y de finitud, solemos cerrarnos en una soberbia autosuficiencia que parece que nos puede garantizar que, poniendo nuestra felicidad a la carta de un proyecto materialista y meramente intrahistórico, estará garantizada la realización de nuestra vida personal; lo demás, lo de la menesterosidad y el acabamiento, lo ponemos entre paréntesis.
Basta, para confirmar esto, con ver las películas que optan a algún Oscar en la próxima gala de los mismos. Aunque no es necesario, por el día a día de cada cual, sabemos de sobra que en nuestro mundo lo que se lleva es ver al hombre como un animal de excepcionales cualidades, pero un animal, una criatura solamente material,... una cosa. Pero hay tres películas, en particular, en las que aparece de una manera clara la fragilidad de un proyecto vital cerrado sobre sí mismo, clausurado por lo material e intrahistórico: Mar adentro de Alejandro Amenábar, Million dollar Baby de Clint Eastwood y El Hundimiento de Oliver Hirschbiegel. En los tres casos narrados, con independencia de la mayor o menor identificación de los directores con las respectivas historias, hay una visión de la felicidad que se encuentra con su fracaso cuando todavía hay vida por vivir. ¿Y entonces qué hacer? En los tres casos la respuesta es la misma: acabar con la vida. Hitler pudo quitársela a sí mismo, por eso, si esto no es posible, un mínimo de solidaridad humana demanda el que haya derecho a que me maten o a que me ayuden a suicidarme.
Séneca, en el mismo escrito, nos sigue diciendo: "La muerte es la libertad, el término de todas nuestras penas; no traspasarán sus umbrales nuestras desgracias". Pero él no es el único, esto no es sino la expresión de lo que multitud de hombres, en el paganismo antiguo, pensaba. Y en nuestros tiempos otro tanto. Mientras que la materialidad nos dé ocasión de disfrutar de la vida, de gozarla, de vivir el proyecto que nos traigamos entre manos, todo va bien: "Comamos y bebamos que mañana moriremos". Pero cuando las circunstancias nos cortan el paso, entonces ¿para qué seguir viviendo? La "eu"-tanasia y el suicidio, en una mentalidad tan materialista como la de nuestra sociedad, están plenamente justificados: la muerte es la gran revolución que estaba pendiente. Pero, cuando el sentido que yo he creído que mi vida tenía fracasa, no quiere decir que no haya un sentido que esté más allá de la contingencia de las cosas. Si la vida no puede tener sentido en cualquier circunstancia, por negativa que esta pueda parecer, entonces la vida no tiene sentido en ningún momento, la vida entonces sería una farsa en la que tendríamos que mantener el autoengaño el mayor tiempo posible.