Pero no es la moraleja lo que me preocupa aquí. Imaginemos cómo hubiera quedado la historia si hubiera existido entonces una oficina que controlase la fijación de todos los salarios, asegurándose de que nadie caiga por debajo de un nivel mínimo predeterminado.
¿Qué haría el dueño de la viña? Si el salario mínimo fuese muy bajo, no habría gran diferencia. Si fuese alto, la respuesta sería obvia: contrataría a menos trabajadores. ¡La moraleja de la parábola podría haber dado como resultado algo muy distinto!
Sin embargo, hoy no nos inquieta poner al Gobierno a cargo de decisiones que, en el pasado, eran tomadas por dueños y trabajadores. Esto ha tenido enormes consecuencias que nos afectan de mayor o menor forma.
El salario mínimo en Estados Unidos está subiendo ahora, pero en términos reales –o sea, ajustándolo por la inflación– ha sufrido en líneas generales una caída desde que alcanzó su máximo nivel en 1968, llegando a sobrepasar los 9 dólares según el valor actual del dólar. El índice de desempleo estaba en el 6% y subiría más y más en el transcurso de los años 70.
El salario mínimo por mandato legal es hoy muy bajo comparado con los estándares de la posguerra. De hecho, acabamos de terminar el período más largo sin una subida del salario mínimo. ¿Y qué le está sucediendo al índice de desempleo? Está en su punto más bajo y acercándose al 4% (que muchos economistas considerarían pleno empleo).
¿Ve usted una conexión? Con menos decretos, trabaja más gente. Ése es el balance final. Lo que el salario mínimo provoca es ni más ni menos de que sea ilegal que los empleados firmen un contrato de trabajo por menos de un precio mínimo legal establecido. Como resultado, eso nos priva de la capacidad de elección y elimina una gama de opciones, especialmente para aquellos que tienen menos probabilidades de lanzar al mercado sus productos a precios elevados. Esté usted a favor o en contra de un precio mínimo legal más alto, lo que no puede es negar esta realidad fundamental.
Pero puede que esta visión global esté un poco distorsionada. Pensemos en este problema desde el punto de vista del padre de una niña minusválida que tiene dificultades en la escuela y pocas opciones de futuro. Cuando la muchacha cumple los 16 años, tiene la oportunidad de trabajar, que es una maravillosa fuente de vida y vitalidad para una persona joven. Así puede contribuir a la sociedad y aprender muchísimo en el proceso, percibiendo de paso que es valorada por los demás.
Ahora, el problema es que su contribución laboral no va a ser equivalente a su salario, por lo menos al principio. Pese a ello, hay un empresario que desea ayudar a esta muchacha. La contratan por 5,85 dólares la hora, una remuneración que mete presión a la empresa, aunque llevadera. ¿Qué sucedería si el salario mínimo se eleva a 6 y 7 doláres? En algún momento, el sueldo se convierte en inviable. La caridad del empresario no da para más. Es muy probable que la muchacha se vea despedida como resultado directo del intento de hacer el bien del Congreso de Estados Unidos.
Ahora, antes de usted diga que la respuesta es simple (basta con obligar al empresario a que pague), recuerde que no hay nada en este mundo que en realidad se libre de los costes de los recursos. Lo que se subvenciona en un área, se recorta de otra. Por tanto, el requisito de que los empresarios paguen es a expensas de otros. Eso a su vez aumenta el enfado y siembra el descontento. Podría ser a expensas del inventario, algo que perjudica al negocio y que a largo plazo no está en el interés de nadie.
¿Que sólo me estoy inventando este caso? No. Es un caso de la vida real del cual tengo conocimiento personal, pero no es el único. Siempre que se sube el salario mínimo, hay víctimas y esas víctimas son personas que pertenecen a los sectores más marginales de la sociedad, la gente sin experiencia profesional, los jóvenes, aquellos que probablemente tengan que enfrentarse a la discriminación.
Ahora, es verdad que hay estudios empíricos que restan importancia a la relación causa-efecto entre el aumento del salario mínimo y el desempleo. Y es verdad que los datos no siempre corroboran esta correlación y la razón es que los datos macroeconómicos no siempre son tan pulcros y claros. Lo que nos hace falta es usar la lógica y utilizar nuestra cabeza para analizar este asunto detenidamente.
Cada vez que hay un aumento de un precio mínimo, hay una tendencia a crear un superávit de mercancías mayor del que se hubiese producido de otra forma. Cada vez que hay un aumento de un salario mínimo, se crea un exceso de trabajadores que de otra manera podrían haber tenido trabajo. A veces el efecto puede ser pequeño, como indudablemente será esta vez ya que, por fortuna, hacía mucho tiempo no se subía el salario mínimo. Pero no le quepa ninguna duda de que, a nivel microeconómico, los efectos son verdaderos y trágicos.
¿Por qué apoyaría alguien semejante política? Hay muchísima ignorancia sobre asuntos económicos en el mundo que nos rodea y seguramente ésa es una explicación. Pero la otra es más fea. A los sindicatos no les gusta la competencia, especialmente si se trata de trabajadores inexpertos con bajos ingresos. Los sindicatos creen que hacen bajar sus propios salarios. Por tanto prefieren salarios mínimos más altos como medio para bloquear y evitar que cierta gente consiga afianzarse en el entorno laboral. Si usted tiene dudas al respecto, tome en consideración que los sindicatos son los principales valedores del salario mínimo. Ningún miembro sindical trabaja jamás cobrando el salario mínimo. ¿Quiere usted una explicación mejor?
Lo más hermoso de usar métodos no coercitivos en la negociación salarial es que dependen del consentimiento humano, la cooperación y la adhesión voluntaria; esa es la manera humanitaria de subir los sueldos. Dar entrada al poder del Gobierno en la negociación provoca fricciones, exclusiones y problemas imprevistos tales como la expulsión del mercado laboral de algunas de las personas más vulnerables de la sociedad.
El padre Robert A. Sirico es sacerdote católico y presidente del Instituto Acton para el Estudio de la Libertad y la Religión en Grand Rapids, Michigan.
Traducido por Miryam Lindberg del original en inglés.