También hemos podido conocer algunas manifestaciones en el ámbito de la Iglesia. Las que se originan en los varios círculos gubernamentales dan la impresión de que lo políticamente correcto es alinearse con el olvido de los crímenes y el silencio aquiescente. Si es muy grave el conflicto político y social, el problema moral no lo es menos.
El anuncio, que en si mismo debería mover a la esperanza, aparece enturbiado por gestiones políticas oscuras siempre negadas y por demasiados intereses partidistas. Es imposible hacer una reflexión moral sin aludir a estos aspectos. Se han repetido hasta la saciedad dos palabras: esperanza y cautela. Quizá tengamos que añadir algunas más: sensatez y espíritu crítico, lealtad y juego limpio, responsabilidad y bien común. Todo está rodeado de manipulación del lenguaje y hay una perversión moral de fondo equivalente al principio según el cual el fin justifica los medios. Parece como si los terroristas, que permanecen armados y organizados, fueran los que marcan el paso a las instituciones representativas de todos los españoles. Esto nos obliga a decir que el entusiasmo, patrocinado desde la maquinaria mediática dominante, no nos sirve.
Por otro lado, lo propio de los cristianos es no tener miedo y no desesperar. Mejor, lo que nos debe caracterizar es ser hombres y mujeres de esperanza y confianza. Vivir como resucitados: levantados, en marcha, mirando hacia delante y dejándonos llenar de la luz del horizonte que no se acaba. A pesar de todo, tenemos necesidad que nos digan: ¡No tengáis miedo! Porque nos acecha la inseguridad y no nos gusta lo desconocido. Por eso, perseveramos en la espera y en la búsqueda.
Estoy pensando todo esto porque ver el entusiasmo y el entreguismo desmesurado tras el último comunicado de ETA me produce una sensación difícil de explicar. No descubro en todo el texto de los terroristas las razones para el entusiasmo y la esperanza de que, finalmente, esto sea "el comienzo del principio del fin" (Zapatero). No descubro que podamos contemplar "la nueva situación como oportunidad de construir la convivencia social entre todos desde la pluralidad legítima y democrática" (obispos vascos), sobre todo porque yo creía que estábamos en ello desde la Transición y desde el Pacto Constitucional.
Por su parte, en un comunicado de la dirección del PSOE, Rubalcaba dijo que "constituye una buena noticia para todos"; que "es un momento para ser cautos y serenos, y para recordar a las víctimas, a la espera de que las palabras vengan seguidas de los hechos que tanto tiempo hemos anhelado". "Pero también es un momento para la esperanza y un momento para la unidad, hoy más que nunca, de todas las fuerzas políticas democráticas".
La presidenta del PP del País Vasco, María San Gil, en un gesto de sinceridad y responsabilidad, ha dicho que la banda terrorista "necesita que Zapatero siga en la Moncloa". Añadió que "la lista de cesiones por parte del PSOE" a ETA y Batasuna "es enorme y algo tendría que hacer la banda terrorista".
Por otro lado, hoy entendemos mejor por qué Conde Pumpido, Fiscal General del Estado, echó al fiscal Fungairiño de la Audiencia Nacional, como parte del paquete de cesiones a los terroristas. Se entiende que Pumpido haya dicho que, ante tanta buena voluntad de ETA, haya que aplicar las leyes con otra perspectiva. Y Llamazares, líder de Izquierda Unida, dijo que, una vez que los terroristas han anunciado el alto el fuego, el Estado debe "desarmar las leyes" (sic); lo dijo en la COPE en el programa de "La Tarde con Cristina".
Podríamos seguir enlazando factores. Sin embargo, permítanme, acabo de conocer un libro publicado hace poco titulado "La utopía nazi", de Götz Aly. Es una obra curiosa y polémica con un subtítulo quizá más interesante que el título: "Cómo Hitler compró a los alemanes". El autor ha recibido el premio Marion-Samuel, concedido a los autores que con sus escritos contribuyen a luchar contra el olvido y la relativización de los crímenes nazis. A lo largo de 488 páginas, va mostrando lo que él considera una explicación más del poder nazi entre los alemanes: Hitler y los dirigentes del Reich compraron el silencio y la complicidad de los alemanes a cambio de seguridad y bienestar material.
La lectura reciente de este libro me vino a la memoria tan pronto como tuve conocimiento del comunicado de los terroristas de ETA en el cual ofrecen un alto el fuego permanente. Con una inmediatez propagandística, en algunos casos desvergonzada, algunos medios de comunicación explotaron de júbilo. Algunos nos dicen que no nos fijemos en las condiciones que impone ETA, sino en que nos ofrece un alto el fuego permanente; que es normal que, cuando se negocia, cada parte pone sobre la mesa su lista de máximos y que, durante la negociación, se acuerda lo que se pueda acordar. Y, de inmediato, te dicen: lo importante es que han dejado de matar y que nos dejen en paz. ¿Qué paz? Es cierto que la paz no es sólo ausencia de guerra, sino de todo tipo de violencia. Pero, ¿permanecer armado no es violencia?
Por otro lado, ETA no muestra voluntad de rendirse a las exigencias de una paz justa, no reconoce el error del camino violento emprendido y persigue alcanzar la autodeterminación del país vasco. A ETA no le corresponde nada en justicia por haber sembrado la muerte y el terror a lo largo de casi cuarenta años. ETA no ofrece las garantías propias de un sistema democrático, aunque hable de "impulsar un proceso democrático en Euskal Herria". La descripción de la Instrucción de los obispos españoles "Valoración moral del terrorismo en España, de sus causas y de sus consecuencias" (noviembre de 2002) es exacta: "El nacionalismo totalitario de ETA considera un valor absoluto el "pueblo independiente, socialista y lingüísticamente euskaldún", todo ello además interpretado ideológicamente en clave marxista, ideología a la cual ETA somete todos los demás valores humanos, individuales y colectivos, menospreciando la voluntad reiteradamente manifestada por la inmensa mayoría de la población" (n. 32).
El optimismo desmesurado tras el comunicado está cargado de trampas y de anestesia. Intentan comprar el silencio y la complicidad de los españoles con el olvido, con la promesa de paz y con la relativización de los crímenes. Queremos la paz sobre los cimientos de la verdad, la justicia, el amor y la libertad (Juan XXIII, Pacem in terris). Por el contrario, nos encontramos con una conjunción de hechos que nos induce a pensar que todo se procesa sobre un pozo de muerte y mentira, el 11-M de 2004; el Pacto de Perpiñán entre Carod Rovira y la ETA, en febrero de 2004; el Pacto del Tinell, en el cual los socialistas se comprometen a no pactar nada con el PP; la ruptura del Pacto por las Libertades y la no aplicación de la Ley de Partidos; y toda la elaboración dudosamente constitucional del nuevo Estatuto de Cataluña. La paz que esperamos ¿es la paz que nos ofrecen sobre estos cimientos?
Todos queremos la paz, no es eso lo que está en discusión. Yo no quiero que nos ayuden, perdonen la expresión, a tragar hechos que no se pueden tragar. Yo quiero que nos ayuden a reflexionar sobre los acontecimientos, que nos proporcionen información para que asumamos libremente nuestra propia responsabilidad, en la parte que nos toca.
Juan Souto Coelho es miembro del Instituto Social "León XIII"