Y es que parece que nuestros más longevos árboles se encuentran en la feliz coyuntura de una mayor sensibilidad hacia lo ecológico en nuestra sociedad. El ciprés de Silos tuvo siempre el abrigo del monástico claustro y sus noches fueron brizadas por melodías gregorianas, pero ahora, aunque ya Gerardo Diego no los pueda cantar como hiciera con el silense árbol –"enhiesto surtidor de sombra y sueño"-, el castaño llamado Abuelo en El Tiemblo (Ávila), la encina conocida como la Terrona en Zarza de Montánchez (Cáceres) y tantos ejemplares de luengos años están gozando cada vez más de la estima y protección de todos. En occidente es una suerte llegar a centenario…árbol.
Pero Terri Schiavo ni es centenaria ni es un árbol. Ella es solamente una mujer que, cuando contaba 27 años de edad, un 25 de febrero de 1990, mientras seguía un régimen de adelgazamiento muy duro, sufrió un paro cardiaco como consecuencia de un desequilibrio de potasio. El riego sanguíneo quedó interrumpido durante cinco minutos, tiempo suficiente para que la falta de oxígeno en el cerebro le causara daños irreparables, quedó, según los peritos, "en estado vegetativo permanente sin ninguna posibilidad de recuperación". Su estado le impide alimentarse por sí misma, necesita que se la nutra mediante una sonda. Su marido, en 1998, comenzó un camino legal, más largo que una calle de doscientos metros, al final del cual los jueces no han hecho ninguna curva, sino que han ordenado que a ese almendro no se le vuelva a regar ni abonar, que no vuelva a florecer la próxima primavera.
Mientras celebrábamos el Triduo Pascual, los días de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, los padres de Terri han continuado la lucha por mantener con vida a su hija. Los reveses judiciales se han ido sucediendo y cuando se publiquen estas líneas es posible que haya muerto ya de hambre y sed. Como dijo hace unos días L'Osservatore Romano: "Desgraciadamente Terri ha encontrado en ese doloroso camino muchos verdugos (…) que decretaron su condena". Tal vez el problema ha sido que no era un árbol centenario, que solamente se encontraba "en estado vegetativo permanente". Aquí no estamos ante un caso de encarnizamiento terapéutico, no estamos ante el problema de aplicar o no un tratamiento médico extraordinario o desproporcionado con los resultados que se intentan alcanzar, sencillamente se trata de una persona que necesita que le den de comer y de beber. Su vida es tan valiosa y tiene tanto sentido como cualquier otra vida humana y, desde luego, más que la de cualquier árbol, por centenario que sea.