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ENTREVISTA EN EL PAÍS

¿Preguntar a Zapatero o leer a Platón?

Zapatero se ha confesado con El País. Ha descendido del Olimpo de sí mismo, y de su logomaquia, y nos ha hecho saber, como si fuera el oráculo del elfo de la modernidad, lo que piensa, lo que guarda en su corazón. De confidencia en confidencia; de confidente a confidente.

Zapatero se ha confesado con El País. Ha descendido del Olimpo de sí mismo, y de su logomaquia, y nos ha hecho saber, como si fuera el oráculo del elfo de la modernidad, lo que piensa, lo que guarda en su corazón. De confidencia en confidencia; de confidente a confidente.

Si hay un libro que ha marcado la historia del pensamiento, y que ha supuesto el pistoletazo de salida de la modernidad conceptual, es el de Las confesiones de San Agustín. Uno de los textos más leídos, meditados y estudiados de la cultura occidental. Como la entrevista del pasado domingo: una de las más leídas, estudiadas, meditadas y sobredimensionadas de la actualidad. Si hay un texto que marca el antes y el después de la nueva era de gobierno es el descargo de conciencia del presidente del Gobierno en vísperas del aquelarre socialista, que trae, como pronóstico reservado, el huracán de la radicalización de las bases en pos de un laicismo social que puede hacer crujir hasta los cimientos del pacto constitucional.

El presidente del Gobierno, con su habitual pose de inmutable para la eternidad, se ha lanzado a explicarnos que su moderación, antes denominada "talante", es razón de Estado, ética de estadista, pensamiento intelectual y síntesis de enciclopedia. Cuando leía la entrevista recordé la interviú que no hace mucho un periodista hizo al obispo de Lugo, monseñor Alfonso Carrasco Rouco. Con la genialidad y el sentido común que caracterizan a este eminente teólogo, ante la pregunta sobre si le parecía mal que el Gobierno ofrezca pautas de comportamiento, el obispo respondió: "Lo que me llama la atención es que eso no le subleve. A mí me subleva que el Gobierno me diga cómo tengo que comportarme".

Zapatero.Pero lo más jugoso vino después, dado que el periodista, como Zapatero en su entrevista, insistía en que el poder político del Gobierno es legítimo, mientras que a la Iglesia nadie la ha elegido. El obispo de Lugo, ni corto ni perezoso, cogió la pregunta por los cuernos, y nunca mejor dicho, y aclaró que "el problema es que la forma verdadera de comportarse no puede depender del poder, sino de la verdad. Y de la razón. La Iglesia dice: tienen que poder educar los padres y la sociedad, a través del camino del conocimiento y de la razón que se ha ido haciendo en el tiempo. Antes no había Educación para la Ciudadanía, pero había Filosofía. Para estudiar lo que es bueno, ¿qué hay que hacer, preguntarle al Gobierno o leer a Platón? Para saber lo que es bueno y justo, ¿qué hay que hacer, preguntarle a la ministra o leer el Evangelio? Y pensar".

Necesitamos pensar después de las confesiones de Zapatero. ¿Qué dijo el inquilino de la Moncloa? Amén de su sinceridad al confesarse agnóstico (nada original, ni del otro jueves), se refirió, tácticamente, a la validez de los acuerdos entre la Iglesia y el Estado –cuestión que, de momento, no le interesa, porque ha pensado vaciarlos por la vía de los hechos–, para meterse en lo que le importa: recordar algo que todo el mundo sabe y que no es necesario repetir, que en una democracia quien legisla es el Parlamento. Curiosa advertencia que desvía la atención de su auténtico foco: la clave no es, ni será, que quien legisle sea el Parlamento, sino el paso previo a la ley, que son los fundamentos del derecho y la relación entre lo que se legisla y el pensamiento que inspira lo que legisla, y la intención con la que se legisla, y las relaciones entre lo legislado y la realidad social, y los proyectos de modificar la realidad social con lo que se legisla. Por ejemplo, la ideología de género. Esa sí que le importa. En fin, todo un tratado de Filosofía del Derecho.

Pero el principal sofisma de la entrevista no fue el ya citado. Llegó cuando, ante la pregunta de si la nueva ley de libertad religiosa iba a traer más religión, el líder del Ejecutivo respondió que, como agnóstico demócrata, "sé lo que es un Estado de Derecho, y mi obligación y mis principios son defender que todo el mundo pueda tener y practicar sus ideas religiosas". Como demócratas, muchos que nos confesamos católicos también sabemos lo que es un Estado de Derecho. No hace falta ser agnóstico para saber qué es un Estado de Derecho; ni para defender que todo el mundo pueda practicar sus ideas religiosas. Eso sí, sin especificar si en el ámbito de la vida privada o en el de la pública. No vaya a ser que las convicciones religiosas se defiendan en el ágora y entonces colisionen con una concepción equivocada del Estado de Derecho. Religión, sí, pero en casita, por si acaso estropean la pluralidad. Demasiada insistencia para ser creíble. Algo está escondiendo. Prefiero leer a Platón.

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