Iglesia

Comienza el curso político, académico cultural y eclesial. A la tradicional efervescencia de las primeras vísperas de unas anunciadas elecciones generales se suman los demonios familiares y las batallas de nuestros antepasados. Para más recuelo, nuestro ministro doctor House se nos ha convertido en el ministro eutanasia, con el siempre fácil y sonriente argumento de que la sociedad española demanda una ley en la que se dé carta blanca a la muerte indigna, ejemplo de progreso, modernidad y no se sabe cuántas cosas más. Y si no que se lo pregunten al juramento hipocrático.

Una cortina espesa de lluvia acogió al Papa a su llegada al aeropuerto de Viena, forzando que el escenario del recibimiento fuese un inmenso y gélido hangar. Toda una metáfora de ese corazón gélido de la vieja Europa que se esconde de su rica tradición cristiana. Sólo al final del viaje despuntó el sol, como un signo de que la bella tierra de Austria había recogido la siembra paciente de Benedicto XVI.

Los sacerdotes contamos a menudo la parábola de los trabajadores de la viña. En ella se cuenta cómo el dueño de una viña que necesita trabajadores les habla de sus condiciones para contratarlos por un día. La moraleja es enigmática y fascinante, pues tiene que ver con la propiedad, el contrato, los celos y otros asuntos.

Esta película de Rodrigo Triana, el director de la serie televisiva Pasión de gavilanes, se desarrolla a partir de unos sucesos reales ocurridos en Colombia en 2003, cuando unos soldados de la Compañía Destroyer del Ejército, encabezados por un teniente, se apropiaron de cuarenta y seis millones de dólares que encontraron en un refugio de las FARC, la guerrilla colombiana.