Iglesia

Llega la última entrega de la interminable saga de Harry Potter y con ella los ecos de aquellas declaraciones hechas en su día a vuela pluma por el entonces cardenal Ratzinger. En resumen, la única cuestión polémica posible es: ¿sustituye la magia a la fe? Mi hipótesis de respuesta es que no; no la sustituye porque nunca ha existido la fe en los presupuestos de J. K. Rowling, creadora literaria de Harry Potter.

Pues no. A pesar del alarmismo de tantos columnistas, sorprendentemente interesados ahora por la liturgia católica, a pesar de los falsos temores de algunos defensores de oficio del Vaticano II y a pesar de las admoniciones abusivas de algunos exponentes aislados del mundo judío, la Carta Summorum Pontificum de Benedicto XVI no ha hecho temblar los cimientos de la Iglesia de Roma.

Vivimos aprisionados entre las contradicciones culturales y las mentiras patológicas sociales. No hay más que leer las recientes memorias de J. F. Revel para creerlo. Y, encima, los actores culturales, políticos, éticos y estéticos, que tienen la responsabilidad de velar por el bien común, son elegidos de entre los transgresores por sistema de los límites de lo humano, nada demasiado humano. Quien debiera ser el responsable de velar por la vida, en sí misma, por la salud individual y colectiva, es experto en la muerte, es epígono declarado y declarante de lo que Juan Pablo II denominó la cultura de la muerte.

Hace dos semanas, todo el mundo científico comentaba la noticia de que podrían usarse células madre adultas para regenerar tejidos y curar enfermedades. La semana pasada, todo el mundo político comentaba la noticia del veto del presidente Bush a la legislación del Congreso de Estados Unidos y también la propia Orden Ejecutiva del presidente para extender líneas de células madre aprobadas en formas éticamente responsables.