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LIBERTAD DE ATADURAS INTERNAS

Pasiones y libertad

Recientemente Rita Levi-Montalcini ha concedido una entrevista bastante interesante a un periódico español. Antes de que en 1986 le fuera concedido el premio Nobel de medicina, esta mujer, además de superar las dificultades propias de una vida dedicada a la investigación, tuvo que hacer frente a otras.

Recientemente Rita Levi-Montalcini ha concedido una entrevista bastante interesante a un periódico español. Antes de que en 1986 le fuera concedido el premio Nobel de medicina, esta mujer, además de superar las dificultades propias de una vida dedicada a la investigación, tuvo que hacer frente a otras.
Rita Levi-Montalcini
El bachillerato no lo pudo empezar hasta los 20 años, pues, por ser mujer, su padre no se lo consintió hasta entonces. A partir de la legislación anti­semita italiana de la época de Mussolini, sus investigaciones biológicas hubo de llevarlas a cabo clandestinamente. Además de una mujer inteligente, Rita Levi-Montalcini ha sido una mujer esforzada, que, desde luego, no se ha dejado llevar por la inercia de lo más cómodo. Algo de todo esto esté tal vez en estas palabras que, desde sus 96 años, decía en la citada en­trevista: "No somos más buenos por el componente límbico cerebral que sigue dominando nuestra actividad. Vivimos como en el pasado, como hace 50.000 años, dominados por las pasiones y por impulsos de bajo nivel. No estamos controlados por el componente cognitivo, sino por el componente emotivo, el agresivo en particular. Seguimos siendo animales guiados por la región límbica palocortical, sustancialmente igual en el hombre y en otros animales. Nuestras opciones de mejora moral pasan por las circunvoluciones neocorticales que afortu­nadamente tenemos".
 
Por un lado, el estar a merced de las pasiones, para ella, es consecuencia del do­minio de un componente biológico, por otro lado, la mejora moral pasa por otro factor mate­rial. Desde luego, lo biológico es un elemento imprescindible pero, si la visión que del hom­bre tengamos es meramente materialista, hablar de moral es una pura quimera, ya que el hombre entonces sería únicamente un animal, muy evolucionado, eso sí, pero un animal y, por tanto, algo sin libertad. Nótese que he dicho algo porque, en este caso, ya no se podría hablar de alguien. Si el hombre no tiene alma, entonces ya no es una persona, no es un al­guien sino un algo y, por tanto, ni moral ni inmoral, sino amoral. ¿Por qué las visiones mate­rialistas se re­sisten a dejar de hablar de moral? Acaso porque sus sustentadores han experi­mentado en su propia vida la libertad y la capacidad que el hombre tiene para ir más allá de sus pasiones.
 
Es llamativa la poca importancia que, en nuestra cultura, tiene el dominio de las pasiones, cuando ésta ha sido una de las preocupaciones de todos los tiempos. En las principales escuelas filosóficas y religiones, siempre se ha entendido la libertad no como algo dado que está ahí, sino como algo costoso que el hombre tiene que cultivar. La mentalidad dominante ha subrayado un aspecto de la libertad, no el más importante, y ha olvidado los más esenciales, lo cual es una deformación de la libertad. En nues­tros días, se ha acentuado en exceso la libertad de toda coerción externa hasta el extremo de haber casi dado del todo la espalda al para de la libertad y a la libertad de toda atadura interna. Y ahí precisamente el hombre es donde se juega o el ser el señor de sus pasiones o el ser dominado por ellas. Donde esto se ve con más claridad es en la sexualidad. Casi todos los programas gubernamentales van dirigidos a tener un ejercicio de ésta libre de cualquier cortapisa externa, que en lo que se traduce es en evitar el embarazo o suprimirlo, si se hubiera dado, es decir, la irresponsabilización de la libertad. Sin embargo, el número de embarazos no deseados aumenta, pues a lo que se en­seña a la gente es a descargar el impulso sin más, lo que trae paulatinamente más irresponsa­bilidad y falta de dominio propio. Pero la sexualidad no es el único caso, porque, si uno presta algo de atención, se dará cuenta de que ésta es una constante en casi todo. Pero una so­ciedad en la que no se ha cultivado el dominio sobre las pasiones es una sociedad preparada para la demagogia, porque ésta, que es la degradación de la democracia, se construye con las verdades a medias y la apelación a las emociones y pasiones. Debería bastar ver qué polí­ticos hacen uso de las dos para no votarlos. Por cierto, este cultivo de la libertad interna es algo que, en la práctica, está hoy muy olvidado en la Iglesia.
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