Por eso, no nos basta el relato de los sucesos, sino que también necesitamos de la leyenda, de lo que se ha de leer en lo que sucedió; precisamos el para-qué. Y es que la contemplación de la historia es la escucha del lenguaje de los hechos; sus palabras son los acontecimientos. Por ello, lo mismo que en el caso de Terri Schiavo, tenemos que forjar la leyenda de Eluana Englaro.
A la suciedad que queda en los cacharros de cocina y que hay que fregar, los griegos la llamaban peripsema. Esta palabra se utilizó como epíteto en un caso muy concreto. Cuando una ciudad sufría una infección con caracteres de epidemia, para librarla de la mortal plaga, sacrificaban a un pobre miserable o a un lisiado en quien suponían se concentraba de manera especial el mal de la ciudad. En él, quedaba aglutinada la dañina suciedad de la que se tenía que purificar la polis.
Nuestro mundo sufre una plaga terrible, más que la muerte biológica. Una epidemia que radicaliza el mal; se trata del sinsentido. Porque el mal desnudo es peor aún; sin vislumbrar un para-qué, sin algo más allá de él, el mal se nos aparece como absoluto, como la última palabra. Desde luego no es una enfermedad nueva, pero en nuestros días se da con una virulencia única en la historia. Perdida la esperanza en la vida eterna, ¿qué sentido tiene la vida humana y las pequeñeces que entran en ella? Sin una finalidad última que trascienda la muerte, el sufrimiento, la culpa y el mal, la vida es insoportable. Pero si la hay, el mal sufrido o el causado no son lo último, están abiertos a la esperanza.
Perdido el horizonte de la vida perdurable, los hombres tratan de llenar ese vacío con sucedáneos que tarde o temprano acaban por fracasar. O bien intentan acallar el vacío que sienten aturdiéndose de distintas maneras o eliminando todo aquello que se lo recuerde, que les diga que se están autoengañando con un sentido falso, que viven en realidad en el sinsentido. Y, sin sentido, el hombre no puede vivir vida propiamente humana; sin finalidad ultima e imperecedera, el hombre se sume en la desesperación.
Cada vez estoy más persuadido de que la "eu"-tanasia –mejor sería llamarla distanasia u homicidio por "compasión"– no es sino la certificación del fracaso en la búsqueda del sentido global de la vida. Quien la pide para sí ha desesperado de que la vida lo tenga, se ha convencido de que, en determinadas circunstancias, en las suyas concretas, en su sufrimiento, queda derogado cualquier posible sentido que pudiera tener la vida.
Y conforme avanza el tiempo, me van inclinando los hechos a pensar que es compasión lo que sienten quienes abogan por la despenalización de este homicidio. Sí, tienen la misma pasión, también padecen el mal del sinsentido y no quieren sufrirlo, no quieren que nada se lo recuerde. Y sospecho que tiene algo de sacrificial; un intento desesperado de dar sentido al sinsentido, de sentir bondad en la nada.
Nuestro mundo se está negando a beber el agua que pudiera saciar su sed de plenitud y la deshidratación lo está llevando a que se le vaya endureciendo y parando el corazón y se instale en la cultura de la muerte. La vida de Eluana estaba plena de sentido, aunque estuviera en tan prolongado coma. Su vida, en esas circunstancias, era una palabra, un llamamiento a despertarnos de la somnolencia en la que nos sume la autocomplacencia de nuestra cultura. Su vida nos hablaba del fracaso de los sentidos que puede darse un mundo cerrado sobre sí mismo. Su vida era una invitación a buscar un sentido que trascendiera su coma.
¿...Y su muerte? Su muerte es leyenda, es lo que debemos leer en ella y en la nuestra. Una llamada a la vida eterna.