Creo que mi viejo conocido tiene buena parte de razón y, aunque ya ha pasado más de una semana, voy a caer en la tentación de tratar aquel incidente, pues aunque han sido muchos los que han hablado de él, sin embargo, ninguno de esos comentarios ha terminado de satisfacerme. Y, claro, ahora lo que se quedará en la trastienda será lo de Monseñor Milingo, el entierro de Monseñor Suquía, etc.
Los hechos son de todos conocidos. Los reproches que se le han hecho también. Unos y otros eran perfectamente previsibles. El presidente del Gobierno da la impresión de que actuó como tal vez lo hubiera hecho un adolescente que se encontrase con una situación que lo incomodase; éste es el juicio emotivo y primero que nos ha podido provocar su ausencia. Pero, ¿por qué no asistió el presidente del Gobierno? Prescindamos de que lo hiciera por fastidiar, esto no requeriría ningún comentario, hablaría por sí mismo. Pero pongámonos en que fuera por coherencia con su conciencia, por no participar en un culto que ni le vaya ni le venga e incluso por respeto a las personas que creen lo que él no cree. Si fue esto así, mi apoyo a la libertad de conciencia, pero lo que no entiendo es que mandara a dos ministros. Si era libre la asistencia para él, lo sería también para los miembros de su gabinete, con lo cual deberían de haber asistido como cualquier otra persona, sin un lugar preferente. Si era un acto diplomático y de Estado, lo sería también para Rodríguez Zapatero, con lo cual habría incumplido con un deber propio de su cargo.
El problema, aparte las insatisfactorias explicaciones dadas, es la mezcla: o bien se actúa como una cuestión particular hasta el final o bien se obra como una cuestión pública, sin dejar ningún resquicio a ninguna otra interpretación. Me hubiera parecido muy apropiado que, aprovechando esta visita papal, el gobierno hubiera presentado una iniciativa diplomática por la cual España tomara de aquí en adelante la postura de agasajar al Papa como jefe de Estado en una serie de actos no explícitamente religiosos y que, en los actos religiosos, pudiera el Papa tener la libertad de actuar solamente como obispo de Roma y no como jefe de Estado.
Juan Pablo II, lo mismo que Benedicto XVI, sabía que el ministerio petrino es uno de los más importantes obstáculos en la tarea ecuménica, prácticamente el único con los ortodoxos y, por ello principalmente, preguntó por cómo ejercer el papado. Esta pregunta me parece relevante, pero no solamente por sus implicaciones ecuménicas, sino también, con independencia de la búsqueda de la unión de todos los cristianos, porque los católicos también necesitan un ejercicio del ministerio petrino que, sin prescindir de lo que por fe creen de él, esté a la altura de los tiempos. Seguramente nuestro Presidente del Gobierno no se hubiera encontrado en la disyuntiva en la que estuvo si el Papa hubiera deslindado previamente los campos, dejando que la liturgia fuera solamente liturgia.
Si esto hubiera sido así, no causaría perplejidad, por contraste, la lectura de algunas normas litúrgicas. Según el Ritual de la Iniciación Cristiana de Adultos, por poner un ejemplo, cuando se es catecúmeno ya se puede asistir a la Liturgia de la Palabra de la misa, pero, cuando vaya a comenzar la Liturgia Eucarística de ésta, se les debe despedir "porque deben esperar a que, agregados por el Bautismo al pueblo sacerdotal, sean promovidos a participar en el nuevo culto de Cristo". Ésta es una medida de una profunda pedagogía mistagógica y conforme con la tradición de la Iglesia. Pero, si esto es así, ¿por qué puede asistir un jefe de Estado ateo o uno musulmán, por ejemplo? No está de más recordar que la bandera blanca y amarilla no lo es de la Iglesia, sino que lo es de un pequeño Estado, menor incluso que la diócesis de Roma.