No tienen suficiente con la lucha de clases, la lucha de frases, y la lucha de banderas –símbolos de la patria, del pasado–, que se ponen a jugar, graciosamente, con una corona de espinas. Si siempre es peligroso jugar con la realidad, y con los símbolos de la realidad, ahora lo es más. Máxime cuando la mofa, la burla, el escarnio, hacen referencia a las dimensiones constitutivas de la persona. Martín Buber insistía, en el comienzo de uno de sus libros clásicos, “El eclipse de Dios”, que “el verdadero carácter de un época se reconoce sobre todo por la relación entre religión y realidad”. ¿Qué podemos pensar de nuestra época que construye, para algunos destacados responsables políticos, las relaciones entre religión y realidad sobre la sátira y la astracanada? No es un problema de oportunismo, es un problema de inteligencia. La inteligencia que no demuestran quienes ni saben dónde están, ni saben con qué, ni con quién tratan. Un político sin matices es un político acabado; dos, una asamblea de oportunidades perdidas.
El mundo musulmán arde por las informaciones, no siempre suficientemente contrastadas, del desprecio al Corán en los campos de prisioneros americanos. La izquierda se rasga las vestiduras y comienza a dar lecciones de libertad religiosa y de conciencia multicultural. ¿Por qué no sale ahora ningún socialista cristiano catalán, o de donde sea, y lamenta la foto que, según el decir de la Secretaría General de la Conferencia Episcopal, “ha causado indignación a muchos creyentes y no creyentes en España y en todo el mundo? La temperatura sigue aumentando. Sólo faltaba ahora que el tripartito republicano inflame nuestro imaginario social y nos lance a un escenario en el que muy pocos se quieren ver: el de la burla sistemática de lo católico. Hay muchos que piensan que no tomarse en serio a la Iglesia, a la fe católica y a sus símbolos, sale gratis. Se equivocan. La historia es harto elocuente; miremos dónde acabaron las mofas de los paganos sobre los símbolos cristianos y sobre sus celebraciones. El recurso a la burla de lo sagrado siempre ha sido un síntoma de la decadencia o un arma propagandística de una nada esperanzadora época en las relaciones humanas. Y no digamos nada si el juego y la mofa es provocación consciente.