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MARAGALL y CAROD-ROVIRA

Mofarse de lo sagrado no sale gratis

El presente de España se está pareciendo demasiado a su pasado menos ejemplar. Acaso, nada nuevo bajo el sol. O, como dice el sentido común, nadie da lo que no tiene. A la mínima oportunidad, en el lugar menos indicado –Jerusalén, que apedreas a los profetas…–, en el centro del simbolismo humano y religioso por excelencia, Carod-Rovira y Maragall, Maragall y Carod-Rovira, pareja de des-hecho, se sienten freudianamente creativos y montan un pretorio de sí mismos y de lo que representan, un juicio falso a la historia.

El presente de España se está pareciendo demasiado a su pasado menos ejemplar. Acaso, nada nuevo bajo el sol. O, como dice el sentido común, nadie da lo que no tiene. A la mínima oportunidad, en el lugar menos indicado –Jerusalén, que apedreas a los profetas…–, en el centro del simbolismo humano y religioso por excelencia, Carod-Rovira y Maragall, Maragall y Carod-Rovira, pareja de des-hecho, se sienten freudianamente creativos y montan un pretorio de sí mismos y de lo que representan, un juicio falso a la historia.
Carod y la corona de espinas
No tienen suficiente con la lucha de clases, la lucha de frases, y la lucha de banderas –símbolos de la patria, del pasado–, que se ponen a jugar, graciosamente, con una corona de espinas. Si siempre es peligroso jugar con la realidad, y con los símbolos de la realidad, ahora lo es más. Máxime cuando la mofa, la burla, el escarnio, hacen referencia a las dimensiones constitutivas de la persona. Martín Buber insistía, en el comienzo de uno de sus libros clásicos, “El eclipse de Dios”, que “el verdadero carácter de un época se reconoce sobre todo por la relación entre religión y realidad”. ¿Qué podemos pensar de nuestra época que construye, para algunos destacados responsables políticos, las relaciones entre religión y realidad sobre la sátira y la astracanada? No es un problema de oportunismo, es un problema de inteligencia. La inteligencia que no demuestran quienes ni saben dónde están, ni saben con qué, ni con quién tratan. Un político sin matices es un político acabado; dos, una asamblea de oportunidades perdidas.
 
El mundo musulmán arde por las informaciones, no siempre suficientemente contrastadas, del desprecio al Corán en los campos de prisioneros americanos. La izquierda se rasga las vestiduras y comienza a dar lecciones de libertad religiosa y de conciencia multicultural. ¿Por qué no sale ahora ningún socialista cristiano catalán, o de donde sea, y lamenta la foto que, según el decir de la Secretaría General de la Conferencia Episcopal, “ha causado indignación a muchos creyentes y no creyentes en España y en todo el mundo? La temperatura sigue aumentando. Sólo faltaba ahora que el tripartito republicano inflame nuestro imaginario social y nos lance a un escenario en el que muy pocos se quieren ver: el de la burla sistemática de lo católico. Hay muchos que piensan que no tomarse en serio a la Iglesia, a la fe católica y a sus símbolos, sale gratis. Se equivocan. La historia es harto elocuente; miremos dónde acabaron las mofas de los paganos sobre los símbolos cristianos y sobre sus celebraciones. El recurso a la burla de lo sagrado siempre ha sido un síntoma de la decadencia o un arma propagandística de una nada esperanzadora época en las relaciones humanas. Y no digamos nada si el juego y la mofa es provocación consciente.
 
La amnesia colectiva a la que estamos sometidos nos conduce al olvido de lo que ha sido el pasado de España. O a la invención interesada, que es peor. Son muchos los que, cada día que pasa, se exilian en las ínsulas que la pluma punzante del pensamiento sobre el hombre y sobre Dios ha sembrado en nuestra historia. Conviene que recordemos lo que Marcelino Menéndez y Pelayo escribió al final de sus heterodoxos españoles –ya quisieran Maragall y Carod llegar a tan alta cumbre– “El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los arévacos y de los vectores o de los reyes taifas. A este término vamos caminando más o menos apresuradamente, y ciego será quien no lo vea (…) Cuanto hacemos es remedo y trasunto débil de lo que en otras partes vemos aclamado. Somos incrédulos pro moda y por parecer hombres de mucha fortaleza intelectual. Cuando nos ponemos a racionalistas o a positivistas, lo hacemos pésimamente, sin originalidad alguna, como no sea en lo estrafalario y en lo grotesco”.
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