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DEBATE CIENCIA Y FE

Los enemigos de la ciencia

En un libro que ha visto la luz este verano, el matemático judío Giorgio Israel desata una acerada polémica con algunos científicos que utilizando un concepto reducido de la razón (tal como había denunciado Benedicto XVI en Ratisbona) pretenden identificar toda la realidad con aquello que es empíricamente mensurable. El libro, titulado "¿Quienes son los enemigos de la ciencia?" (Ed. Lindau), analiza además las consecuencias de esa mentalidad cientificista propagada a través de los diversos centros de cultura, una de cuyas expresiones la encontramos en Stephen Hawking

El libro, titulado "¿Quienes son los enemigos de la ciencia?" (Ed. Lindau), analiza además las consecuencias de esa mentalidad cientificista propagada a través de los diversos centros de cultura, una de cuyas expresiones la encontramos en Stephen Hawking. Este último eligió la semana pasada el incomparable marco de Santiago de Compostela para anunciar que la ciencia está a punto de responder a todas las preguntas que hasta ahora habían sido dominio de las religiones. "Queda ya poco espacio para los milagros y para Dios", sentenció el científico metido a teólogo.

A este tipo de científicos especialmente acariciados por los medios, dedica bastantes páginas el ensayo del matemático Israel, que no duda en afirmar que "manifiestan una visión inspirada en propósitos que nada tienen que ver con la ciencia y que responden a la intención de demostrar científicamente el ateísmo y el materialismo". Con razón se ha fustigado la pretensión de algunos eclesiásticos de convertir la Biblia en un libro de ciencias naturales, pero no menos patética es la figura del científico que pretende derivar de su ciencia el significado de la vida humana, que no puede ser escrutada simplemente con el telescopio o el microscopio. En todo caso, hay un primer error de bulto que extraña en alguien tan inteligente como Hawking: la idea de que la pretensión de las religiones ha sido responder a las preguntas sobre el cómo de la creación del mundo. Como ya explicaba San Agustín en el siglo IV, la Biblia no pretende enseñarnos cómo se han constituido los cielos, sino cómo se llega al Cielo.

El dominio de las religiones ha sido siempre el de la pregunta por el significado último de la realidad y, al contrario de lo que piensa Hawking, el sorprendente desarrollo de la ciencia no ha restado un milímetro de espacio a la pregunta por el Misterio, más aún, como afirmaba su admirado Einstein, la hace aún más acuciante. ¿Qué es la vida, qué es el amor, qué es la muerte, por qué merece la pena construir y sufrir? Es tremenda la pretensión de hacer irrelevantes estas preguntas, como es ridícula la idea de que los hombres alcanzarán la felicidad y la plenitud que ansían una vez que se aclare el big-bang o se desentrañe la última incógnita del genoma humano.

Desde su cátedra de Matemáticas en La Sapienza de Roma, Giorgio Israel propugna una nueva racionalidad abierta, muy en sintonía con la propuesta de Benedicto XVI en Ratisbona. En aquella ocasión el Papa afirmó que la ciencia no cesa de plantear preguntas que desbordan los límites de su propio método y que por tanto remiten a otro método de conocimiento. En este sentido, el propio Israel afirma que "lo peor sería pensar que la racionalidad científica es la única manera de concebir la razón". "Para mí, continúa, una novela de Dostoyevski es una manifestación de la racionalidad como lo pueden ser un tratado de historia o de psicología (...) y la ciencia, que avanza a tientas pero también por intuición aparentemente irracional, no es más que una forma entre las muchas de conocimiento". Otro hombre que miraba a las estrellas, el pastor errante de Asia en la célebre poesía de Leopardi, ejercía cabalmente su razón al preguntarse:"cuando miro en el cielo arder las estrellas, me digo pensativo: ¿para qué tantas luces? ¿Qué hace el aire sin fin, y esa profunda, infinita serenidad? ¿Qué significa esta soledad inmensa? ¿Y yo, qué soy?". Israel insiste en que el conocimiento es múltiple y en que la experiencia humana está lejos de ser únicamente científica. El hombre no es ni un dado ni una máquina de vapor, ni una calculadora, y por tanto no puede explicarse en términos científicos salvo a costa de una brutal reducción de los humano.

Por otra parte, en el ámbito de la tradición judeo-cristiana siempre se ha cultivado la amistad entre la fe y la ciencia, aunque no hayan faltado incomprensiones y desencuentros que reclaman una mutua purificación. Pero ha sido precisamente en el ámbito de la fe vivida donde se ha sentido la urgencia de investigar y comprender con los instrumentos de la razón, la estructura y la dinámica de la realidad creada. El cristianismo (como el judaísmo) ha mantenido siempre la certeza de que es posible un conocimiento racional del mundo y, por este motivo, desde sus ámbitos e instituciones ha surgido siempre un vigoroso impulso a la investigación científica en todos los campos. Ciertamente el esfuerzo de la ciencia responde al ímpetu de la razón humana, pero no lo agota, porque ésta plantea cuestiones que desbordan el ámbito del conocimiento que puede alcanzar la ciencia.

En este punto es interesante retomar una reflexión realizada por Benedicto XVI en su discurso al IV Congreso Eclesial de la Iglesia italiana, en Verona. El Papa señalaba entonces que:

"La matemática como tal es una creación de nuestra inteligencia, pero la correspondencia entre sus estructuras y las estructuras reales del universo (que es el presupuesto de todos los modernos desarrollos científicos y tecnológicos) suscita nuestra admiración y plantea un gran interrogante. Implica que el universo mismo está estructurado de manera inteligente, de modo que existe una correspondencia profunda entre nuestra razón subjetiva y la razón objetiva de la naturaleza. Así, resulta inevitable preguntarse si no debe existir una única inteligencia originaria, que sea la fuente común de una y de otra. De este modo, precisamente la reflexión sobre el desarrollo de las ciencias nos remite al Logos creador. Cambia radicalmente la tendencia a dar primacía a lo irracional, a la casualidad y a la necesidad, a reconducir a lo irracional también nuestra inteligencia y nuestra libertad".

En aquella ocasión el Papa desarrollaba su programa de Ratisbona, consistente en ampliar los espacios de la razón, y confiaba en la posibilidad de "conjugar entre sí la teología, la filosofía y las ciencias, respetando plenamente sus métodos propios y su recíproca autonomía, pero siendo también conscientes de su unidad intrínseca". Las afirmaciones de Benedicto XVI y de Giorgio Israel que hemos recatado hoy, con su apertura, profundidad y modernidad, dan cumplida respuesta al vano titular que ha conseguido Stephen Hawking al precio de abaratar su imagen como científico.
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