Este paradigma cristiano es compartido solo parcialmente por Win Wenders, más ecléctico en su formación, y que propone un “paradigma ecuménico”, de reencuentro interreligioso, como se ve en su último film Tierra de abundancia, del que hablaremos la semana que viene. El “paradigma nihilista” es el que ofrece hoy más rostros: algunos llenos de interés, -como el Elephant de Gus Van Sant, que denuncia cómo lo más abyecto ha sido reducido a “cotidianidad”-, otros más complacientes,-como Las horas, de Daldry, que hace de la falta de sentido un recurso retórico y exhibicionista-.
Pues bien, el gran director griego Theo Angelopoulos, lento y clarividente en su forma de sentir y transmitir sus ideas sobre la Europa más oriental -recordemos La mirada de Ulises- nos ofrece un nuevo paradigma: el de la tragedia griega. Nos referimos a la primera entrega de su nueva trilogía sobre la Grecia del siglo XX: Eleni, una gran obra que se estrenó en Grecia hace un año y que ahora llega a nuestras pantallas.
Eleni arranca en 1919, cuando cientos de griegos refugiados huyen de Odessa ante el avance del Ejército Rojo y llegan a Salónica. Entre ellos se encuentran dos niños, Alexis y Eleni, huérfana esta última y recogida por la familia de Alexis. Los refugiados levantan un pequeño pueblo junto a un río. Pasan los años y a pesar de haber crecido juntos, el amor entre Alexis y Eleni va en contra de los deseos del viudo padre de Alexis, que ve en Eleni una apropiada esposa para sí mismo. La joven pareja huirá y comenzarán una “diáspora” que les alejará permanentemente de la posibilidad de encontrar su lugar en el mundo. Las luchas sociales, el surgimiento del fascismo y la Guerra mundial conspirarán contra la felicidad de esta atribulada pareja.