Menú
ELENI DE THEO ANGELOPOULOS

La vuelta al paradigma trágico

El significado del tiempo histórico ha sido abordado en el cine no pocas veces, casi siempre en momentos de zozobra -tan frecuentes en el siglo XX y principios del XXI-. Ermano Olmi, por ejemplo, es probablemente el mejor exponente de una visión cristiana -católica- del paso del tiempo y de la historia. Pensemos en El árbol de los zuecos, donde se plasma luminosamente lo que significa la historicidad de la fe, es decir, que el Misterio está presente en el concreto devenir de la historia.

El significado del tiempo histórico ha sido abordado en el cine no pocas veces, casi siempre en momentos de zozobra -tan frecuentes en el siglo XX y principios del XXI-. Ermano Olmi, por ejemplo, es probablemente el mejor exponente de una visión cristiana -católica- del paso del tiempo y de la historia. Pensemos en El árbol de los zuecos, donde se plasma luminosamente lo que significa la historicidad de la fe, es decir, que el Misterio está presente en el concreto devenir de la historia.
Fotograma de la película Eleni
Este paradigma cristiano es compartido solo parcialmente por Win Wenders, más ecléctico en su formación, y que propone un “paradigma ecuménico”, de reencuentro interreligioso, como se ve en su último film Tierra de abundancia, del que hablaremos la semana que viene. El “paradigma nihilista” es el que ofrece hoy más rostros: algunos llenos de interés, -como el Elephant de Gus Van Sant, que denuncia cómo lo más abyecto ha sido reducido a “cotidianidad”-, otros más complacientes,-como Las horas, de Daldry, que hace de la falta de sentido un recurso retórico y exhibicionista-.
 
Pues bien, el gran director griego Theo Angelopoulos, lento y clarividente en su forma de sentir y transmitir sus ideas sobre la Europa más oriental -recordemos La mirada de Ulises- nos ofrece un nuevo paradigma: el de la tragedia griega. Nos referimos a la primera entrega de su nueva trilogía sobre la Grecia del siglo XX: Eleni, una gran obra que se estrenó en Grecia hace un año y que ahora llega a nuestras pantallas.
 
Eleni arranca en 1919, cuando cientos de griegos refugiados huyen de Odessa ante el avance del Ejército Rojo y llegan a Salónica. Entre ellos se encuentran dos niños, Alexis y Eleni, huérfana esta última y recogida por la familia de Alexis. Los refugiados levantan un pequeño pueblo junto a un río. Pasan los años y a pesar de haber crecido juntos, el amor entre Alexis y Eleni va en contra de los deseos del viudo padre de Alexis, que ve en Eleni una apropiada esposa para sí mismo. La joven pareja huirá y comenzarán una “diáspora” que les alejará permanentemente de la posibilidad de encontrar su lugar en el mundo. Las luchas sociales, el surgimiento del fascismo y la Guerra mundial conspirarán contra la felicidad de esta atribulada pareja.
 
La película es toda ella metafórica, “mítica” y se basa en tragedias clásicas como Edipo Rey y Los siete contra Tebas. Esta inspiración se traduce en un fatalismo desesperado, en una resignación sin salida, en un dolor descomunal sin punto de fuga. Frente a la iconografía mariana cristiana, Eleni encarna a una mujer de amor y pasión que es destruida sin remisión por su propia entrega. La guerra es un fatum inevitable que nos devora como Saturno a sus hijos. Las oraciones ante los iconos ortodoxos que aparecen en el film son parte de una ceremonia de sabor pagano y ancestral. Este paradigma trágico, siendo serio y comprometido, es incompleto en su inteligencia de las cosas, ya que parte del triunfo del mal como última palabra. Eleni es Grecia a los ojos de Angelopoulos, y Grecia es todo el Oriente. Una metáfora sobre Europa que hace paréntesis de dos mil años de cristianismo. Interesante comparar este film con Una película hablada del portugués Manoel de Oliveira. En ella el cristianismo ortodoxo brillaba como remanso de paz. En fin, si nos empeñamos en dejar fuera de la interpretación de la historia al “sujeto” cristiano, sólo se llega a un puerto: la más absoluta desesperación. Al menos en eso Angelopoulos es honesto.
0
comentarios