El alemán que después de Lutero más ha influido en la historia del cristianismo, ahora "dulce Cristo en la tierra" según el decir de santa Catalina de Siena, llegó a Valencia, a España, en una hora y en un tiempo de prueba y tribulación para los católicos españoles.
Durante un año, no son pocos los que han descubierto que Benedicto XVI no se parece tanto como se temían a Joseph Ratzinger. Mientras que Juan Pablo II se había volcado en la amplitud, el Papa actual parece apostar por la profundidad y por la contemplación. El semanario alemán Express comentaba no hace mucho que "lo que dice y hace es auténtico y está marcado de una humanidad, bondad y cordialidad profundamente enraizadas en la fe. Donde otros destruyen puentes, él los vuelve a construir y eso, a menudo, sólo con una pequeña sonrisa".
Hemos descubierto, y nos ha fascinado, la sonrisa de Benedicto XVI. La clave del Papa es la tranquilidad del orden de su vida, la transparencia con la que vive el Evangelio; su unión con Cristo se trasluce en un paz interior y exterior que contagia. Benedicto XVI no es el Papa impasible, adusto, hierático, que representa la imagen de una fe caduca que coarta la libertad y constriñe el disfrute y el placer de la vida. Benedicto XVI no es, por más que se empeñen algunos, el líder de una Iglesia reducto de lo pasado de moda, semillero de fanatismo y freno al progreso social. El Papa es un maestro de la alegría de la fe, de la pertenencia a una Iglesia joven y viva, de la palabra cartesiana, nítida, distinta, que no distante. El Papa es un maestro en el arte de vivir, en el arte de amar. El Dios de Benedicto XVI no es el aguafiestas de la historia. El Dios de Benedicto XVI es el Dios amor, que en Jesucristo se ha entregado al hombre para que el hombre sea capaz de descubrirse capaz de bien, de bondad y de belleza.
En el corazón del hombre caben los sentimientos más altos y los más bajos. En un mundo marcado por la sistemática pretensión de traspasar los límites, en las relaciones humanas, en las investigaciones sobre los orígenes de la vida, en las actuaciones sobre los últimos momentos de la existencia, el Papa se ha presentado con los brazos abiertos a la humanidad. Acompasados por una mirada capaz de hacer preguntas y de ofrecer respuestas, los brazos extendidos de Benedicto XVI son imagen de una Iglesia que abraza hasta el último confín de lo humano. Tenemos un Papa que se entrega al hombre, que lo acoge y que le invita, con "sabiduría y dulzura", a recorrer el camino de la historia en pos de la verdad.
Benedicto XVI ha venido a España a hablar del matrimonio y de la familia. Pero sobre todo ha venido a hablar de la persona humana. Y lo ha hecho para que todos le entendamos. Nos ha dicho que "ningún hombre se ha dado el ser a sí mismo ni ha adquirido por sí solo los conocimientos elementales para la vida. Todos hemos recibido de otros la vida y las verdades básicas para la misma, y estamos llamados a alcanzar la perfección en relación y comunión amorosa con los demás". El origen del ser humano, como nos ha recordado el Papa, no es fruto del azar, la casualidad o la necesidad del sistema. El hombre es un proyecto de Dios, que le abraza con paternal ternura a lo largo de su vida. Dios ama al hombre y le proyecta hacia sí mismo, hacia su plenitud. A cada uno le corresponde responder a esa llamada de Dios inscrita en su corazón a través del ejercicio de su libertad. Quienes en la historia han pretendido destruir al hombre, para después construirlo a su manera, han comenzado siempre por destruir la posibilidad de su relación con Dios y con la persona que le complementa. Las ideologías totalitarias han tenido siempre la pretensión de ocupar el espacio de Dios y de la familia en la vida de las personas.
Ante las amenazas de los nuevos totalitarismos sustitutorios, que en algunos casos sentimos con especial virulencia en España, necesitamos más que nunca la presencia y la palabra de quien nos recuerda que la libertad verdadera ha podido con la mentira y con la perversión programada. Nos ha recordado que Dios no nos abandona y que la Iglesia nos acompaña intensificando, si cabe, el abrazo de Dios, el sí del Padre, a la vida y a todas y cada una de las personas.