De México (y Estados Unidos) llegó en 2000 Cosas que diría con sólo mirarla, la opera prima de Rodrigo García, hijo del escritor Gabriel García Márquez. Se trata de una colección de cinco historias sobre la soledad femenina, entre las que existen personajes comunes, al estilo de Caricias, de Ventura Pons (1997), o Magnolia, de Paul Thomas Anderson (1999). Cada historia tiene su título y su protagonista y describe algún episodio referido a la necesidad de ser acompañado y amado.
Cosas que diría con sólo mirarla tiene en su haber unas portentosas interpretaciones y la seriedad de un tema como es la soledad radical que inunda nuestro mundo moderno. Sin embargo, la opción de Rodrigo García, como la de nuestro Almodóvar de Hable con ella, de limitarse a constatar los hechos sin valorarlos, le lleva a mantener una excesiva ambigüedad o neutralidad ante cuestiones de relevancia moral como la del aborto o el sentido de la sexualidad. El resultado es un film que se queda corto y que, en realidad, deja a sus personajes más solos de lo que estaban.
También es una película coral Tú, yo y todos los demás (2005), con la que debutó en el largometraje la artista multimedia Miranda July. Esta cinta, que dirige y protagoniza ella, guarda muchas similitudes con American Beauty (Sam Mendes, 2000) o Vidas contadas (Jill Sprecher, 2002). Al igual que aquellas, hace una descripción triste y nostálgica de nuestra sociedad. Concretamente retrata la incapacidad de comunicación, la soledad, la dificultad de construir relaciones amorosas, y la disfuncionalidad del sexo.
Los personajes son erráticos y humanamente inconsistentes: un trabajador separado que vive con sus hijos y que no ejerce de padre ni sabe educarles; unas adolescentes que quieren experimentar el sexo por puro aburrimiento vital; una taxista con vocación artística, abrumada por la soledad e inseguridad; un anciano enamorado que quiere volver a ser joven y un niño que mantiene una relación pseudoerótica por internet con un desconocido.
A pesar de su crudeza, el film tiene toques poéticos, y aunque es muy realista en su diagnóstico, carece de esperanza, y es casi conformista y complaciente con un "suave" nihilismo. Tú, yo y todos los demás nació del laboratorio de guiones de Sundance y ganó premios en los festivales de Cannes, Sundance, Los Ángeles, San Francisco y Filadelfia.
Del ámbito oriental merece la pena recordar Deseando amar, la obra maestra de Wong Kar-Wai (2000), un film que se acerca respetuosamente al encuentro entre dos soledades. Un hombre y una mujer, casados con sendas parejas, viven una amarga experiencia de soledad. Entre ambos no llega a establecerse una relación de adulterio, más bien los dos personajes permanecen en el umbral de la complicidad, nunca sexual, sino en la necesidad de sentirse acompañados y amados.
Sin duda más esencial, más universal, es la soledad que nos presenta Lone Scherfig en Italiano para principantes (2000). Con este film, el movimiento Dogma que fundó Lars von Trier ofrece su resultado más depurado y entroncado en las esencias del auténtico neorrealismo. "La promesa de buscar la verdad, retratar el momento y evitar los lugares comunes fue la regla de Dogma que me tomé más en serio", afirma la directora del film.
Tres hombres y tres mujeres arrastran en sus vidas el drama de la soledad. Andreas es un pastor luterano que acaba de enviudar; Hal-Finn es un camarero intratable que ha sido despedido de su trabajo; Karen es una peluquera que cuida de su alcohólica madre; Olympia es una torpe dependienta sometida a un padre despótico; Mortensen es un conserje tímido que ama en secreto a Giulia; Giulia es una camarera católica italiana que está siempre pidiéndole a la Virgen que Mortensen le ame. Todos coinciden en unas clases de italiano y poco a poco se irá sanando la herida de su soledad. La grandeza de este film está en situar el problema humano en sus justos términos, lo que implica, por supuesto, el emerger natural de la experiencia religiosa en varios de sus personajes.
Podríamos seguir con numerosos ejemplos, pero todos irían en la línea de señalar a la soledad como un factor característico de la sociedad actual. Una soledad de doble vertiente; por un lado afectiva y por otro existencial, es decir, la soledad que se siente cuando no se encuentran respuestas a las grandes preguntas.