Los obispos no son unos moralistas cualesquiera. Cuando realizan un juicio moral sobre el presente histórico lo hacen en coherencia fiel a los principios que emanan del Evangelio y que se han plasmado a lo largo de la historia como vida de fe, de esperanza y de caridad. Los obispos no son unos moralistas abstractos de la realidad social; saben que la política es la que, en orden a la construcción del bien común, debe estar subordinada a la moral, y no la moral a la política. El utilitarismo, el cálculo de las consecuencias de las acciones y de las declaraciones no es el criterio dominante. Por tanto, no son unos oportunistas, ni las punta de lanza del partido de la oposición.
Por más que empeñen las terminales periodísticas de la división social por sistema, los obispos españoles están más unidos que nunca. A un sector de la Iglesia en los territorios en los que predomina el nacionalismo político y cultural, le interesa jugar a la táctica de la división, y de la acusación de los que dividen, para seguir sosteniendo la pancarta del victimismo. Hay quien afirma que un documento, o algo más previsible, una declaración, de los obispos en la que se aborde lo que las reformas estatutarias suponen para la modificación de lo referido a los derechos y deberes fundamentales en la Constitución de 1978, supondría la marginación de la Iglesia, por ejemplo, en Cataluña, "como le ocurre al PP".
Lo cierto es que la Iglesia, en algunos de esos territorios, ya está marginada. Y lo está, principalmente, por una secularización y por un laicismo favorecido desde el nuevo rostro del nacionalismo ateo, descristianizado, desarraigado de sus históricas raíces cristianas. Las raíces cristianas son el fundamento común de la unidad de los españoles, aquí y allá, en el centro y en la periferia. La ruptura con esas raíces supondría la imposibilidad de un futuro en paz y en convivencia. ¿Por qué se habla tanto del centralismo, de la pretendida y supuesta uniformidad que plantean algunos destacados eclesiásticos, y no de la secularización que propugna y ampara el nacionalismo operante en la actualidad? Dime con quien andas y te diré quién eres. ¿Cuáles son los compañeros de viaje del nacionalismo catalán? ¿No son los socialistas más rabiosamente laicistas, acaso?
Poner sobre la mesa, sin cartas marcadas –algo a lo que parece ya no estamos acostumbrados– una llamada de atención para que no se voten estatutos que contienen disposiciones claramente inhumanas y que afectan a la dignidad de las personas y a sus libertades personales, es una contribución decisiva para el futuro de los españoles. En los estatutos se está anteponiendo el organicismo identitario a la identidad personal que es sustantiva y ontológicamente previa. Como señala el profesor Luis Núñez Ladevéze, no hace falta hablar de la unidad de España sino de cómo la desmembración estatutaria está corrompiendo las raíces cristianas colectivas que nos deberían unir a los españoles más de lo que las "nacionalidades" nos separan. Los obispos andaluces, con su Nota sobre la reforma del Estatuto de Autonomía, han ofrecido una lección magistral de responsabilidad histórica.
Como ha demostrado el actual secretario general de la Conferencia Episcopal, el jesuita Juan Antonio Martínez Camino, en el prólogo al libro "Moral Política", presentado esta semana, el documento "La Iglesia y la comunidad política", aprobado en 1973, que inauguró el juicio moral de los obispos sobre el presente histórico de España de manera profética –aconfesionalidad del Estado, libertad religiosa, renuncia al privilegio del fuero, etc.–, tuvo en contra 20 votos, más 4 abstenciones. Faltaban todavía unos cuantos años para la aprobación de la Constitución Española. El documento "Valoración moral del terrorismo", que para algunos es y supone la chispa de la división interna de los obispos, tuvo 8 votos en contra y 5 abstenciones.
¿Qué es lo que une a los obispos? ¿Qué es lo que les separa? Esta semana tendremos la respuesta. No lo duden.