Nadie podrá negar que en los nuevos movimientos, que permiten un renovado descubrimiento de la dimensión carismática de la Iglesia, nacen “personalidades cristianas maduras, conocedoras de su propia identidad bautismal, de su propia vocación y misión en la Iglesia y en le mundo”.
El pasado jueves, Benedicto XVI presidió el envío de 200 familias del Camino Neocatecumenal a las más variadas tierras de misión. La misión para los miembros del Camino, los comúnmente denominados “kikos”, es tan real como la vida misma; no es un eslogan de una teología fácil o un consuelo espiritual para quienes reinventan sistemas de adaptación permanente de la fe a los deseos del mundo contemporáneo. Para que tengamos las medidas de la verdad, cuando hablamos de los neocatecumenales nos estamos refiriendo a 20.000 comunidades en más de 6.000 parroquias de 900 diócesis que agrupan a cerca de un millón de fieles. De este Camino de vida de fe, de esperanza y caridad, en un mundo que siempre está en permanente fuga hacia ninguna parte, han surgido más de 3.000 sacerdotes, 1.500 seminaristas y 5.000 religiosas. Ésta es la macroeconomía de una historia que inició Kiko Arguello, en 1964, en los barrios más pobres de Madrid, y a la que Carmen Hernández y el padre Mario Pezzi se incorporarían posteriormente.
Ya Juan Pablo II había presidido, el 12 de diciembre de 1994, un envío misionero del Camino. Ahora, Benedicto XVI ha querido, a petición de sus iniciadores, como padre y pastor, entregar a los miembros de las siempre renovadas comunidades el crucifijo de la misión. Pero este envío venía precedido de la carta que el Prefecto de la Congregación para el Culto Divino, cardenal Francis Arinzé, había enviado a los iniciadores del Camino, con fecha de 1 de diciembre de 2005, en la que se abordan algunas cuestiones de la celebración litúrgica de las Comunidades Neocatecumenales. No son pocos los que se lanzaron a anunciar que recibían un tirón de orejas de la Santa Sede o que se había acabado la luna de miel del Camino en la Iglesia. Ya sabemos que, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, cuando el diablo no tiene nada que hacer, espanta moscas con el rabo.
La carta responde al proceso iniciado con la entrega, el 28 de junio de 2002, por el Presidente del Pontificio Consejo para las Laicos, James Francis Stanford, de los Estatutos al Camino Neocatecumenal –de fina arquitectura jurídica-. En los artículos 12, 13 y 14 de los Estatutos se hace referencia al proceso de discernimiento sobre algunos aspectos de las cuestiones a las que se refiere esta carta, que son cuatro principalmente: el cambio de momento del rito de la paz; los ecos de la Palabra de Dios, antes del Evangelio; las moniciones y la forma de recepción de la comunión.
Durante cuarenta años, las Comunidades han celebrado la eucaristía con estas peculiaridades, con indiscutible fruto apostólico. En el reciente Sínodo de los obispos no fueron pocos los participantes que solicitaron algunos cambios en la dirección practicada por los miembros de este catecumenado de adultos. Varios cardenales –Sandoval, Pell, Schönborn, entre otros– se reunieron con los iniciadores, Kiko, Carmen Hernández y el padre Mario Pezzi para dialogar sobre la respuesta que éstos habían dado a la Congregación romana. Ésta confirma las prácticas de los ecos de las lecturas sagradas y de las moniciones, si cabe definiéndolas, y les invita a una ya experimentada participación en las misas de las parroquias un domingo al mes. Acepta el cambio en el rito de la paz, tal y como se venía realizando, y prorroga dos años más la forma de la comunión.
Reiteradas veces, Kiko Argüello ha declarado a los medios que han acogido las indicaciones de la carta, a las que hace referencia el Papa en su discurso del envío a las familias misioneras, con alegría y agradecimiento, y que ha supuesto un nuevo impulso apostólico que les llevará, por ejemplo, a una gran misión por Europa. Aún recuerdo lo que un joven sacerdote me contaba después de su regreso de varios días hablando de Dios por las calles de Ámsterdam: “Sólo nos escuchaban más de cinco minutos los drogadictos y las prostitutas”. En ese momento, sus palabras sonaban a Evangelio puro.
Benedicto XVI es, en el sentido clásico de los conceptos, un fino pedagogo y un acreditado liturgo de la fe. Tendríamos que recordar sus ensayos sobre la celebración cristiana, o el prólogo que publicó al libro del liturgista alemán Klaus Gamber, para darnos cuenta que la paz litúrgica de la que le habló al periodista Lucio Brunelli, en 1983, sigue siendo uno de sus objetivos. Cuando no son pocos los casos, en la Iglesia, en los que algunos sacerdotes piensan que la liturgia se puede fabricar en el laboratorio del equipo litúrgico o en las ocurrencias geniales de los líderes de la comunidad, el Papa nos ha recordado que la liturgia siempre es un don de la Iglesia anterior a la acción de la comunidad. La ejemplar recepción de las disposiciones vaticanas por el Camino debiera servir de ejemplo para más de un navegante.