Etienne Gilson escribió magistralmente que "el catolicismo entero reposa sobre dos pilares: el orden sacramental por el cual el cristiano participa en la vida de la gracia y la doctrina de la Iglesia, por la cual participa en la verdad. Suprimid el estudio y la enseñanza de esta doctrina y es el catolicismo lo que se esfuma". ¿Ocurre lo mismo en nuestro tiempo? ¿Hemos perdido los cristianos el gusto por la santidad y por la verdad?
Toda afirmación del pensamiento cristiano es una afirmación de la dimensión pública del cristianismo. En no pocas ocasiones nos hemos preguntado dónde están los intelectuales cristianos y dónde el pensamiento cristiano. ¿Acaso en la vida privada? ¿Acaso en las sacristías? Ha existido, desde la ilustración, mejor dicho, desde la afirmación universal de la absoluta, radical, autonomía del hombre, una especie de desamortización de la razón que se negaba a afirmar la posibilidad de la creación.
Si en los siglos XVIII y XIX se pecó masivamente –épocas de ejercicio colectivo- contra la gracia, contra la revelación, ahora en el XX y en el XXI se atenta contra la naturaleza, contra la verdad, contra el espíritu. Es posible que la disolución de la ejemplaridad en la historia esté condicionando sistemáticamente la transformación del intelectual público católico individual en un intelectual colectivo, grupal, quizá hoy determinado por los medios de comunicación, primeramente, y después por las instituciones editoriales, que en síntesis vienen a ser algo parecido.
Son muchos los católicos que en esta hora de la historia no sabrían, a ciencia cierta, la lista de diez nombres de intelectuales cristianos, de hombres de reflexión, de ciencia y de fe. Pero lo que sí sabrían es el nombre, y la más que probable dirección en Internet, de cuatro medios de comunicación que ofrecen el marco de comprensión de la vida, de la razón y de la fe desde la obligada purificación del Evangelio y de la doctrina de la verdad que custodia la Iglesia. Ése es el valor impagable, entre otros medios, de la Cadena COPE.
Por eso es relevante el empeño de la Iglesia, y de su jerarquía, en preservar las instituciones culturales de la Iglesia, máxime si la crisis de la educación católica alcanza las cotas que ahora estamos viviendo, y padeciendo, y que nunca probablemente hubiéramos sospechado. La crisis en la enseñanza de los colegios de religiosos es más galopante si abandonan la pedagogía de la verdad última.
La Iglesia busca siempre ganar las instituciones por los corazones y no al revés. Nuestro tiempo, se dijo una vez, es un tiempo de crisis de gracia, de crisis de santos, y, además, es un tiempo de crisis de verdad. Demasiadas crisis, harto complejo todo. No debemos olvidar que, por más que se diga en los pasillos de los nuevos gabinetes de la política social, detrás de toda crisis política hay una crisis moral y en el fondo, una crisis moral es una crisis religiosa.
Una de las funciones ineludibles del intelectual católico, del literato católico, del pensador católico, es la de recuperar para el gran sujeto social, el pueblo, la capacidad de descubrir la belleza cristiana. Como ha dicho recientemente monseñor Fernando Sebastián, arzobispo emérito de Pamplona y una de las voces más libres del episcopado: "Nosotros tenemos muchos más argumentos, más cultura y mucha más capacidad que cualquiera que se pueda meter con la Iglesia. Hay muchos más doctores en la Iglesia que en cualquier otro partido. Es importante no asustarse, sino trabajar para conseguir que nos tengan en cuenta como un interlocutor cultural serio". Eso sí, actuando con responsabilidad: "Debemos testimoniar la verdad pero sin ira, porque nuestra manera de ver las cosas es distinta".
Ni los cristianos ni la Iglesia estamos en tiempo de descuento; el pecado de omisión cultural tendría difícil perdón público y más difícil penitencia. Es ésta nuestra responsabilidad histórica.