Pese a que Moore documenta con eficacia algunas deficiencias en el sistema de salud norteamericano, su mensaje está repleto de informaciones erróneas, retórica inconsistente y un programa político poco sincero. El plan de Moore sería peor para la salud de los norteamericanos, incluyendo a los pobres.
Como especialista en cirugía de la mano que trata muchas lesiones traumáticas, la representación de Moore de un paciente que sufrió la amputación de la punta del dedo medio captó mi atención. Lo describió como un hombre sin seguro médico al que le pidieron que pagase 23.000 dólares para "salvarle" el dedo. Moore perdió mucha credibilidad por esto. La mayoría de cirujanos jamás practicaría un reimplante microquirúrgico para una lesión con una sierra de mesa en la base de la uña. En su lugar, esta desafortunada lesión habría podido tratarse cómodamente y con seguridad –sin el reacoplamiento del pedacito amputado– en una sala de procedimientos menores por 1.000 dólares o incluso menos.
En Sicko, Moore equipara constantemente la carencia de seguro con la imposibilidad de conseguir asistencia médica. En Grand Rapids, Michigan, donde tengo mi consulta, hay un letrero en la puerta principal del Hospital Blodgett, en inglés y español, indicando que no se rechazará a los pacientes que no puedan pagar. Es la política en todo Estados Unidos. Se oye hablar mucho sobre los casi 50 millones de americanos sin seguro médico. Sin embargo, aproximadamente la mitad de estos lo recupera antes de que transcurran seis meses después al conseguir un nuevo empleo, lo que sugiere que quizá se trate más de un problema con nuestro sistema de seguros financiados por los patrones que con el precio del servicio.
Moore critica con dureza al Gobierno de Estados Unidos, pero a pesar de ello aboga por la planificación central de la distribución de los recursos médicos. ¿Quién quiere Moore que se encargue de la sanidad en este país? Los recursos médicos no son ilimitados. La combinación de una población que envejece, avances tecnológicos y consumo desenfrenado en un sistema en el que pagan terceros, como es el nuestro, ha conducido a un crecimiento insostenible del gasto sanitario. Ya ha quedado claro que los controles de precios han creado fuertes desincentivos a los estudiantes cargados de deudas que consideraban dedicarse a la atención primaria. Y sin embargo, Sicko no toma en consideración ninguna solución de mercado.
En Sicko se utilizó descaradamente a tres personas con dolencias provocadas por sus loables esfuerzos de rescate en Nueva York después del 11-S, tan sólo para promover la agenda de Moore. Esta manipulación fue tan desagradable como las historias de personas a las que las compañías de seguros les negaron tratamiento de forma vergonzosa. Transportados a Cuba, los 3 pacientes del 11-S recibieron toda la atención y las medicinas subsidiadas que necesitaban de manos de unos médicos cubanos que, mientras las cámaras grababan, se mostraron tremendamente felices de hacerlo. Esto contrastaba con el caso de un hospital de California que le negó cuidados a un niño con una infección severa y a una señora mayor enferma a la que un taxi dejó delante de un centro de beneficencia vestida aún con una bata de hospital. Estas situaciones trágicas se presentan en la película como ejemplos ilustrativos de nuestro sistema sanitario.
No cabe duda que necesitamos emprender una importante mejora del sistema sanitario de Estados Unidos. Sin embargo, usar unas cuantas anécdotas indignantes para defender una solución estatal es absurdo. A pesar de las intenciones claramente compasivas por parte de sus defensores, una sanidad planeada y controlada centralmente sería mucho peor. Canadá y el Reino Unido nos proporcionan modelos contemporáneos: el racionamiento del servicio sucede por decreto y por retraso. Incluso el Tribunal Supremo canadiense dictaminó en 2006 contra la ley que impide recurrir a una cobertura médica privada si dichos servicios sanitarios son ofrecidos por la red de salud pública: "el acceso a una lista de espera no es acceso al cuidado médico. (...) en algunos casos los pacientes mueren como resultado de las listas de esperan para el tratamiento en la sanidad pública (...) y muchos pacientes en listas de espera de enfermedades no urgentes sufren dolores y no puede disfrutar de una verdadera calidad de vida."
El Papa Benedicto XVI escribió en su reciente encíclica Deus Caritas Est: "Lo que hace falta no es un Estado que regule y domine todo, sino que generosamente reconozca y apoye, de acuerdo con el principio de subsidiaridad, las iniciativas que surgen de las diversas fuerzas sociales y que unen la espontaneidad con la cercanía a los hombres necesitados de auxilio". Moore y sus aliados harían bien en tomarse en serio esta exhortación. Ahora tenemos un consumo sanitario insostenible, en el que terceras partes se responsabilizan de los gastos. Un sistema socializado aumentaría la dependencia del Estado y disminuiría la motivación para la caridad. Una mayor burocracia gubernamental aumentaría la ineficacia y el dispendio comparado con la relación entre médico y paciente. La sanidad administrada por el Estado viola el principio social de la subsidiaridad interfiriendo con la familia, las iglesias, los centros de beneficencia y otras organizaciones intermedias que atienden a los que tienen mayor necesidad.
El bien común se vería mejor servido con un seguro médico que se comprara, como cualquier otro seguro, fuera del lugar de trabajo. Cambios en las leyes fiscales podrían ayudar a reducir el precio y mejorar la capacidad de llevárselo a otra compañía sin perder antigüedad. La reforma de la industria del seguro, incluyendo las medidas que incrementaran la competencia entre estados, podría abaratar los precios de las primas. Al pagar los pacientes directamente sus primas llevaría a exigencias más fuertes para mejorar la calidad del servicio y habría menos vergonzosos rechazos por parte de los seguros a atender a los pacientes. Con un mejor reparto de la responsabilidad por las opciones personales de la sanidad y consumo de asistencia médica, la asignación de los escasos recursos de cuidados médicos mejoraría. Hay grandes oportunidades para recuperarnos. Las reformas orientadas al mercado, con especial consideración por los que tienen menos, merecen mucha más atención que la engañosa solución de Sicko.
El doctor Donald P. Condit es un ortopeda especializado en cirugía de la mano de Grand Rapids, Michigan. También tiene un MBA de la Escuela de Negocios Seidman de la Universidad Grand Valley State.
*Traducido por Miryam Lindberg del original en inglés.