Este es el punto que me interesa abordar. Dejemos a un lado las estrategias del lobby gay (que desde luego existen), los intereses partidarios del Presidente Zapatero y sus ensoñaciones progresistas (“yo, como guía iluminado, seré el primero en cruzar la raya, y todos me seguirán”). Ahora me interesa preguntarme por las personas homosexuales concretas, cuyos verdaderos problemas y deseos seguramente tienen muy poco que ver con este disparate ético, cultural y jurídico, que el gobierno Zapatero está a punto de culminar. ¿En qué les ayudará este apaño? Ellos saben perfectamente que las relaciones más o menos estables que viven con su pareja, no tienen ni la misma forma, ni la misma dinámica (física, síquica y moral), ni la misma vocación que la del varón y la mujer que se prometen públicamente fidelidad para fundar una familia. Lo saben porque también han experimentado lo que eso significa (con todas sus heridas e imperfecciones), en el hogar que les vio nacer. Todas las grandes culturas de la humanidad, han reconocido el vínculo constitutivo entre la diferencia sexual y la garantía de la transmisión y conservación de la vida humana, no sólo en un sentido físico, sino también cultural y moral, y para proteger esa misión han creado una institución genuina que se llama matrimonio. Es posible que algunos homosexuales vean en la decisión del Gobierno español una especie de victoria soñada pero los que no se engañen sabrán que es una amarga victoria. Porque las leyes pueden cambiarse, aunque sea al precio de un gran daño al bien común (sí, porque el bien de que exista el verdadero matrimonio pertenece también al interés de las personas homosexuales) pero la diferencia que se pretende borrar violentamente permanece.
Todos tenemos un deseo de felicidad total, de justicia, de vivir una unidad que no decaiga con el tiempo ni sea víctima del mal propio o del ajeno. La vida entera es el camino en el que todos intentamos encontrar la respuesta a ese deseo, y el ejercicio de la sexualidad es siempre un capítulo arriesgado de esa búsqueda, que puede abrirnos a un horizonte infinito o sepultarnos en una tumba. Ahora bien, en éste como en otros aspectos de la vida, ¿no estamos vinculados a una “forma dada” que otorga a nuestro camino una seguridad inicial de no perderse en un laberinto? Ciertamente, esa forma se nos da, porque nacemos como varón o como mujer, en eso no se nos da opción. Por diversas razones que no corresponde analizar ni juzgar aquí, podemos rechazar esa forma dada: esa sí es una opción, pero no puede tomarse sin que se abra una profunda herida.
A estas alturas del razonamiento, la dictadura del relativismo ya nos ha condenado. Está prohibido explorar esa senda pero, ¿no es absurdo descartar el examen racional del camino por el que intentamos alcanzar el cumplimiento de nuestro deseo? Me parece que intentarlo es la forma de respetar verdaderamente a las personas homosexuales.