Monseñor Gao creció en la fe dentro de la comunidad de Hebei, que registra la mayor concentración de católicos en toda China. Vivió en clandestinidad la mayor parte de su vida, cambiando continuamente de residencia para evitar ser detenido. Sólo ahora, tras su muerte, el Vaticano ha revelado que había sido consagrado obispo. El portavoz vaticano, Joaquín Navarro Valls, ha explicado que su detención y las de otros obispos jamás han sido justificadas por las autoridades chinas, que violan sistemáticamente todos los acuerdos internacionales en esta materia.
Para entender la compleja situación de los católicos en China, es preciso remontarse al ya lejano 1958, cuando el régimen comunista creó la Asociación Patriótica de los católicos chinos con el fin de sujetar las riendas de una comunidad a la que impuso una radical separación de la Sede Apostólica; se inició entonces una dolorosa discrepancia entre quienes aceptaron, al menos formalmente, el modus vivendi que ofrecía el régimen, y quienes optaron por la clandestinidad. Pero la frontera entre unos y otros no ha sido nunca rígida ni infranqueable. No es raro encontrar comunidades fieles a Roma que gozan de la benevolencia de las autoridades locales llegando incluso a vivir su fe a plena luz, mientras entre los registrados en la Asociación Patriótica abundan los sacerdotes y obispos que expresan en privado su unidad con el Papa, y mantienen con celo la liturgia y la integridad de la doctrina católica.
Unos ochenta obispos pertenecen a la Asociación Patriótica y tienen el visto bueno del Gobierno, mientras que se estima en cincuenta el número de los que han sido ordenados en secreto con la autorización del Papa. Pero una vez más la realidad no es tan simple, porque un número significativo de los obispos reconocidos por el régimen ha hecho saber a Roma su voluntad de comunión con el Papa, y en muchos casos la Santa Sede ha reconocido discretamente su situación. El camino hacia la plena unidad visible será todavía largo, pero parece imparable.
Las autoridades chinas no pueden ser ajenas a la evolución de estos hechos, y su perplejidad se manifiesta en los mensajes contradictorios que vienen emitiendo. Por un lado, detenciones e interrogatorios de obispos y sacerdotes clandestinos; por otro, han aceptado dos nombramientos episcopales que gozaban públicamente de la bendición del Papa, con una fórmula que podría calificarse de concordada. Una de cal y otra de arena, aunque las decisiones del Congreso de los católicos chinos, reunido en Pekín a principios de Julio, parece decantar la balanza hacia el pesimismo. Los nuevos líderes de la Asociación responden a los viejos patrones de la época dura de Jian Zemin: independencia de la Iglesia china de cualquier "poder extranjero" y gestión "democrática" de los asuntos eclesiásticos.
Sin embargo, Pekín desea un halo de respetabilidad internacional ante las próximas Olimpiadas y la creciente expansión de sus mercados, lo que no parece compatible con las detenciones nocturnas y los campos de internamiento para obispos y sacerdotes. Quizás por ello la Santa Sede ha cambiado la estrategia del silencio para pasar a la denuncia pública de los casos que van siendo conocidos, apelando a la legalidad internacional.