Curiosamente, al redentorista Alec Reid esto parece importarle poco. Debería recordar que en el Ulster, antes de los famosos acuerdos del Viernes Santo en Stormont, el Sinn Fein había pedido explícitamente al IRA el abandono definitivo de las armas. Pero Reid está encantado con el proceso vasco, y llega al delirio de presentar a Otegi y Díez Usabiaga como campeones de la democracia y de la paz, mientras siembra dudas sobre el carácter democrático de la derecha española, que ha puesto buena parte de los muertos en esta trágica historia, y trata con displicencia a las víctimas situándolas como meros espectadores del proceso. Desde luego Reid es el tipo de mediador (si es que lo ha sido) que no necesitamos. Más aún porque implica a la Iglesia de un modo ambiguo que para buena parte de los creyentes sencillos resulta escandaloso. La intervención del Cardenal Cañizares, subrayando que este religioso sólo se representa a sí mismo, despeja cualquier bruma en ese sentido.
Es cierto que la Iglesia en el País Vasco ha recibido con notoria esperanza el anuncio de ETA, y se comprende. Pero conviene hilar muy fino en este asunto para no confundir ni ser confundidos. La paz, como ha recordado el obispo de Bilbao, Ricardo Blázquez, se asienta sobre los pilares de la verdad y la justicia, la libertad y el amor. Un proceso que hiciera abstracción de alguno de estos pilares, estaría viciado de raíz, por eso no caben embelesos como los que demuestra (esperemos que ingenuamente) sir Alec Reid. En esta coyuntura, reaparece en diversos círculos eclesiales del País Vasco lo que podemos denominar "ilusión mediadora", que como todas las ilusiones, corre el peligro de confundir los deseos con la realidad. En primer lugar hay que decir abruptamente que media quien puede, no quien quiere. Lo cierto es que la Iglesia ya no es lo que un día fue en el País Vasco, donde se ha verificado una vez más la paradójica ecuación: cuanto más nacionalismo (incluso de matriz cristiana, como el PNV), menos catolicismo. Una sociedad gobernada durante decenios por un partido "católico", experimenta una de las secularizaciones más profundas, especialmente en su franja juvenil. Así que no se ve muy bien con qué títulos podría contar la Iglesia para esa hipotética mediación.
Por otra parte, las energías que puede consumir esta "ilusión" tantas veces acariciada, pueden distraer a la Iglesia de su misión fundamental, que es la evangelización. Esa sí puede ser una contribución sustancial al proceso de paz, que no será resultado de un simple encaje político de piezas, sino de la curación de un mal muy profundo y de unas divisiones muy hondas. También la menguada comunidad católica experimenta en su entraña esa división, y la Iglesia debe entregarse con pasión a superarla, sin perder un minuto. La sociedad vasca está profundamente herida por la ideología nacionalista totalitaria y por el terrorismo asociado a ella (como bien denunciaron los obispos en su famosa Instrucción Pastoral sobre el terrorismo, sus orígenes y sus causas). De esto se habla menos de lo debido en los círculos eclesiales del País Vasco, pero ahí sí que está la urgente tarea que le espera a la Iglesia en los años por venir.