Los nuevos movimientos y realidades de la Iglesia responden a la fuerza de la más pura novedad del Evangelio. Representan un sí de Dios permanente en la historia y un no menor examen permanente de conciencia sobre lo que es y significa del rostro institucional de la comunidad creyente. La naturaleza carismática de las iniciativas, surgidas en los contornos anterior y posterior al Concilio Vaticano II, son una apuesta por la vida que no sabe de límites, que no encaja en los marcos de comprensión clásicos de quien lo quiere interpretar todo para controlarlo todo.
Sólo el misterio es capaz de explicar e interpretar el misterio. A cada tiempo de la historia le corresponde su desconcierto, su sorpresa, su originalidad, su contraste. Este hecho forma parte del progreso auténtico de la vida de los hombres y de los pueblos. Una de las características fundamentales de los nuevos movimientos y realidades de Iglesia es la utilización de categorías absolutamente contemporáneas en su propuesta de lo fundamental cristiano. Nacen de la vitalidad de la fe y de la constancia en la esperanza. Son una permanente primavera en la Iglesia, por más que algunos se empeñen en hacernos creer que no hemos salido del "invierno" eclesial.
No son pocos aún, en la Iglesia que peregrina en España, los que sostiene que los nuevos movimientos y realidades eclesiales tienen dificultades de integración en la vida de las diócesis, de las parroquias. Es posible que sean los mismos que dedican no pocas horas de su precioso tiempo a establecer los vínculos de integración sobre unos programas pastorales cargados de sociología de última hora, adobada con un par de artículos de periódicos, que se editan más de prisa de lo habitual.
Benedicto XVI había declarado al periodista Vittorio Messori que "lo asombroso es que todo este fervor no es el resultado de planes pastorales oficiales ni oficiosos, sino que en cierto modo aparece por generación espontánea. La consecuencia de todo ello que las oficinas de programación –por más progresistas que sean– no atinan con estos movimientos, no concuerdan con sus ideas". El pasado domingo, el Papa decía que "a veces se piensa que la eficacia misionera depende principalmente de una programación atenta y de su sucesiva aplicación inteligente a través de un compromiso concreto".
No sería descabellado afirmar que el Concilio Vaticano II es el Concilio de las sorpresas del Espíritu Santo. Fue el Concilio de la apertura al mundo, a la sociedad, del diálogo. Todo Concilio debe provocar una marea de santidad para alcanzar los frutos deseados. Decía Juan Pablo II que "la Iglesia de hoy no tiene necesidad de nuevos reformadores, tiene necesidad de nuevos santos".
Los nuevos movimientos son garantía de la necesidad de "lo antiguo", de las estructuras geográficas y de las clásicas formas asociadas desde la piedad. Los nuevos movimientos y realidades eclesiales son un antídoto contra el conformismo, contra la uniformidad y contra la deformación ideológica de la fe. No todo el camino de estas realidades es de rosas. Con la espontaneidad que le caracteriza, el iniciador del camino Neocatecumenal, Kiko Arguello, señaló: "¡Qué difícil es el que las instituciones entiendan que tienen necesidad de los carismas!".
Joseph Ratzinger ha pasado gran parte de su vida resolviendo dudas, aquilatando los conceptos, clarificando las ideas que parecían producir más de una incertidumbre. Uno de sus esfuerzos principales ha sido el de explicar a la Iglesia y a la sociedad que son y qué significan los nuevos movimientos y realidades de la Iglesia, y en qué medida representan la pluralidad desde la unidad, un complemento vitamínico perfecto para nuestro tiempo. O que caracteriza a estas nuevas formas comunitarias es la fe apostólico en a Iglesia apostólica. Saben que los experimentos se hacen, también en la Iglesia, con gaseosa.
El fundador del Movimiento de Vida Cristiana, Luis Fernando Figari, dijo en el encuentro del pasado fin de semana: "Cada tiempo tiene sus oscuridades; son los desafíos de esa época. Las crisis personales, la ruptura entre fe y vida, el secularismo asfixiante, el relativismo, el agnosticismo funcional, la pérdida de la identidad cristiana, la hegemonía de lo superficial y rutinario, la incomprensión de lo que significa la realización humana según Dios, nuevas y viejas ideologías y psicologismos que alejan al hombre de su senda, la masificación, las injusticias, el flagelo de la pobreza, la violencia, son todas voces que muchas veces sin saberlo están clamando por una respuesta veraz, de amor, que traiga paz y reconciliación a las personas y a los pueblos. ¡Ése es un clamor por el Señor Jesús! ¡Y es que sólo Él es la respuesta a las rupturas e inquietudes del ser humano!". Cada tiempo genera sus movimientos en el movimiento que es la Iglesia. Ya lo decía san Agustín: nosotros somos nuestro tiempo.