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PRIMERA PROCESIÓN EN CHINA

La fe que vence al mundo

En la diócesis china de Zhouzhi, enclavada en la provincia nororiental de Shanxi, ha sucedido un acontecimiento del que casi nadie ha levantado acta. Sí lo ha hecho la agencia de noticias AsiaNews, y gracias a eso hemos sabido que por primera vez desde hace 56 años, ha tenido lugar en China una procesión eucarística.

En la diócesis china de Zhouzhi, enclavada en la provincia nororiental de Shanxi, ha sucedido un acontecimiento del que casi nadie ha levantado acta. Sí lo ha hecho la agencia de noticias AsiaNews, y gracias a eso hemos sabido que por primera vez desde hace 56 años, ha tenido lugar en China una procesión eucarística.
Los protagonistas de la primera procesión en la China comunista
Todo comenzó en el pueblo de Yongan, donde mora una comunidad de 500 católicos pastoreados por un anciano párroco de 80 años de edad. Increíblemente, hasta allí llegó la noticia de que Juan Pablo II había proclamado un Año de la Eucaristía, y los animosos miembros de esta comunidad decidieron realizar todos los jueves media hora de adoración al Santísimo; después decidieron manifestar en la calle, ante sus vecinos, lo que vivían cada semana en su modesta iglesia.
 
En su sencillez, este gesto de pronta respuesta a la sugerencia del Papa es toda una lección para nosotros, católicos de occidente. Todavía no hará una semana, me veía yo envuelto en una discusión sobre la necesidad de “alegrar” nuestras celebraciones litúrgicas para conseguir atraer a los jóvenes: aún estamos en esas. Mientras, nuestros hermanos de China no pierden el tiempo en inútiles diatribas, viven la fe, la manifiestan y punto. Eso sí, al hacerlo saben que corren el riesgo de perder su trabajo e incluso su libertad. Seguramente muchos de los que participaron en esta procesión eran nietos de los católicos que habitaban ese mismo pueblo cuando triunfó la revolución maoísta, pero nada ha impedido (ni la cárcel, ni los campos de reeducación, ni la presión ideológica) que se transmitiera la fe de generación en generación. Algunos testigos han relatado que muchos ciudadanos salían de sus casas para contemplar la procesión, que atravesó cinco pueblos antes de volver a su punto de origen; no en vano, los organizadores han subrayado que se trataba de un testimonio público de fe. “Esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe”, escribe el apóstol San Juan en su primera carta. La pequeña grey católica de Yongan puede parecer una gota en el inmenso océano del Celeste Imperio, pero nos permite ver hasta qué punto eso es verdad.
 
En estos días, la agencia AsiaNews perteneciente al Pontificio Instituto de Misiones Extranjeras (PIME), ha publicado una lista con los nombres de 19 obispos y 18 sacerdotes católicos chinos que permanecen detenidos, algunos de ellos en paradero desconocido. Su único crimen consiste en permanecer fieles a la sede de Roma y no haber cedido a la imposición de encuadrarse en la Asociación de Católicos Patrióticos, controlada por el régimen comunista de Pekín. Esta agencia ha lanzado, junto a otras instituciones, un llamamiento al Parlamento chino para que proceda a la puesta en libertad de estas personas, honrando así la declaración de libertad religiosa que incluye la constitución del país. No soy optimista al respecto, aunque las autoridades chinas serán más permeables a la presión internacional durante el periodo que nos separa de los Juegos Olímpicos de 2008: en todo caso, es una iniciativa que merece la pena secundar, sobre todo para que el mundo sepa lo que ocurre tras la cortina de bambú, y nuestros hermanos reciban al menos la brisa de nuestro aliento.
 
Yo tengo claro que el régimen comunista cambiará de cara pero no de sustancia; pero también me parece evidente que los sucesivos vendavales revolucionarios, con su secuela de violentas persecuciones, no han conseguido desarraigar el cristianismo del corazón de China. Ellos nos necesitan, pero quizás aún más, nosotros les necesitamos a ellos.
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