Este Papa, que camina despacio, sin prisa, jugando con los tiempos y con los espacios, domina no sólo la escena física de la Iglesia y del mundo sino la escena mental, la del pensamiento, la de las ideas. Lo demuestra cada vez que se siente y se sienta frente a un reto que previamente ha analizado, como hace un maestro a quien los discípulos quieren poner en duda o en evidencia. Benedicto XVI es un acreditado pedagogo de la humanidad párvula de saber sobre lo esencial, de referencias a lo constitutivo de la realidad personal, social, privada y pública. Con estos presupuestos, el Sínodo de la Eucaristía, que se está desarrollando en estos días, supone una nueva oportunidad para que Benedicto XVI nos ayude a salir de la asfixia generalizada en la que vive la dimensión pública de la fe. ¿Cómo? Pensando, reflexionando, hablando, orando, sobre y con la eucaristía. Qué paradoja la de un sacramento, presencia, que si algo evoca a la cultura contemporánea es su capacidad para la fuga de la realidad, la fuga del mundo a través de una incomprendida contemplación.
No es éste, aparentemente, un Sínodo dado a grandes titulares. Todo lo referido al visto bueno de los sacerdotes casados, a la abolición del celibato, a la posibilidad de la comunión de los divorciados y vueltos a casar y a la recuperación del domingo son aspectos más o menos colaterales de la cuestión principal que está sobre el tapete en la mesa de la sala de sesiones: la naturaleza y la vida de la Iglesia, su capacidad de hablar al mundo y de preguntarse por los problemas del hombre de hoy. El cardenal Joseph Ratzinger comenzó uno de sus más recientes artículos sobre la Eucaristía, en vísperas de su elección a la sede de Pedro, con las siguientes palabras: “¿Por qué hay realmente hambre en el mundo? ¿Por qué hay niños que tienen que morir de hambre, mientras que otros se ahogan en el exceso de abundancia? (…) En los países de Occidente se calculan cuotas para la destrucción de los frutos de la tierra, para sostener los precios, mientras que en otros lugares muchas personas mueren de hambre. La razón humana siempre es más creativa para descubrir medios de destrucción que para encontrar nuevos caminos para la vida”.
Un Sínodo sobre la Eucaristía es un Sínodo sobre la Iglesia que nace de la Eucaristía y vive de la eucaristía. Es un Sínodo sobre las respuestas de la Iglesia, y de los católicos, a las preguntas sobre la realidad de la historia. Una realidad reflejada en la luminosidad de una presencia: Cristo que se hace historia en una historia disuelta en la complejidad del presente. Lo más opuesto que existe en el anuncio cristiano a la fuga, pérdida o abandono, de la realidad es la eucaristía. El teólogo Jean Danielou publicó, en 1965, un libro que marcó una época de la acción cristiana. Se titulaba, en el original francés, “La dimensión política de la oración”. En España fue traducido como “Oración y política”. En este Sínodo, Benedicto XVI nos hará descubrir la dimensión política de la eucaristía, que nada tiene que ver con la utilización del sacramento de amor cristiano como vehículo, medio y contexto de cualesquiera revolución armada, práctica no ajena históricamente a ciertas teologías de la liberación. La dimensión política de la eucaristía radica en la memoria de lo esencial cristiano y en la fuerza de Cristo para transformar la realidad más conflictiva. El Papa Ratzinger nos ayudará a recordar que el designio esencial del cristianismo no tiene que ver con el inmovilismo ni el sopor de la fascinación por lo aparente, sino con una fuerza, un movimiento, que atraviesa toda la historia. El progreso del hombre, la aspiración a la felicidad encuentran un aliciente en el testimonio de la Iglesia que es depositaria de la palabra eterna de Cristo al mundo, de Cristo eucaristía.
Al cardenal Ratzinger le gustaba relatar que una antigua leyenda sobre el origen del cristianismo en Rusia cuenta que el príncipe Vladimiro de Kiev buscaba una religión para su pueblo. Después de oír a los representantes del Islam, a los del Judaísmo y a un enviado del Papa, quedó descontento con las ofertas. Pero un día se encontró con unos legados que acababan de asistir a una solemne celebración litúrgica en la Iglesia de santa Sofía en Constantinopla. Llenos del esplendor de la belleza, le describieron que “llegamos donde los griegos y fuimos conducidos a donde sirven a su Dios. No sabemos si hemos estado en el cielo o en la tierra. Hemos experimentado que allí Dios se encuentra entre los hombres”.