Este es el contenido sintético de la película francesa Pintar o hacer el amor que se estrenó esta semana, protagonizada por el actor francés más famoso del momento, Daniel Auteuil y por el español Sergi López.
William y Madeleine viven en una ciudad al pie de las montañas. Hace mucho que se casaron y llevan una vida tranquila. Él acaba de prejubilarse como meteorólogo y su única hija estudia en Italia. Deciden comprarse una casa en mitad de un campo. Allí entablan relación con Adán y Eva, alcalde del pueblo y esposa, respectivamente. La amistad se torna intercambio sexual, anodino, sin pretensiones, sólo para ver cómo funciona la pareja del vecino. Eso sí, sin que los matrimonios entren en crisis. Se trata sólo de un acto social maduro, digamos. La cosa avanza cuando se extiende a las parejas que vienen a ver la casa con intención de comprarla: se le enseña la casa, se les invita a cenar, y se les brinda una cama redonda. Los "huéspedes", muy franceses y educados, al irse, dicen: "Gracias por su hospitalidad". Qué menos que ser agradecidos ante tanto agasajo.
Esta supuesta comedia es el objeto de nuestro comentario semanal por lo sintomático de su planteamiento. En los años setenta hubiera sido una expresión de la revolución sexual y el amor libre, es decir, una peli anti-sistema. Hoy es lo contrario: es una peli-sistema. Por eso se estrena comercialmente como una comedia. Se propone como una forma "abierta" de vivir la pareja en un mundo libre y sin prejuicios ni tabús. La Vanguardia dice "Una comedia romántica sobre la sensualidad de la vida" (¿¿??), Le Monde afirma: "Comedia mágica, divertida y delicada"; Elle declara: "La película más libre, carnal y traviesa del año". En fin, lo que parece claro es que lo que ha ocurrido en Valencia el pasado fin de semana es lo actualmente contracultural y anti-sistema. Nos hemos convertido en los contestatarios del siglo XXI. ¿Acabarán cargando contra nosotros los antidisturbios?