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SOBRE LA CRISTOLOGÍA DE JON SOBRINO

La conciencia divina de Jesús

Este miércoles, la Congregación para la Doctrina de la Fe de la Iglesia Católica, a cuyo frente se encuentra en la actualidad el Cardenal Joseph Levada, ha señalado, sin entrar en las intenciones del autor, cómo algunas de las obras de Jon Sobrino, uno de los máximos exponentes de la Teología de la Liberación, presentan algunos puntos que distan de ser conformes con la fe católica. Uno de ellos es poner en cuestión la autoconciencia divina de Jesús.

Este miércoles, la  Congregación para la Doctrina de la Fe de la Iglesia Católica, a cuyo frente se encuentra en la actualidad el Cardenal Joseph Levada, ha señalado, sin entrar en las intenciones del autor, cómo algunas de las obras de Jon Sobrino, uno de los máximos exponentes de la Teología de la Liberación, presentan algunos puntos que distan de ser conformes con la fe católica. Uno de ellos es poner en cuestión la autoconciencia divina de Jesús.
Jon Sobrino

El primer impulso ante esta noticia podría ser hablar de la libertad de expresión, de si la Iglesia es o no represiva, de si tiene o no derecho a decir qué es o no católico, etc. Pero, ¿por qué no hablar, aunque a algunos les pueda parecer una discusión bizantina, de la importancia que puede tener que Jesús tuviera, durante su vida mortal, conciencia o no de que era el Hijo de Dios? No voy a hablar ni de Jon Sobrino ni del contenido de la notificación de la Congregación. Sencillamente la noticia me lleva a reflexionar sobre algo de mayor importancia e incidencia de lo que pueda parecer.

Sería interesante reflexionar sobre los problemas de tipo ontológico, sobre cómo puede tener Je­sús conciencia de ser una persona divina y no humana, aunque sea un hombre; de los de tipo soteriológico; también de cómo ese hombre que es Jesús va tomando conciencia, en su evolu­ción psicológica desde la infancia, de que es el Hijo de Dios.

Pero cabe preguntarse por qué no es indiferente, incluso de tejas abajo, para mi vida concreta, para la de cada uno y la de todos, que Jesús tuviera o no conciencia de su divinidad. El que hayamos podido ver que en la realidad además de cosas, hay también personas, es fruto de las reflexiones teológicas sobre la Trinidad. Si Occidente no hubiera sido cristiano, no habría podido hablarse de personas y, por tanto, difícilmente se habría podido pensar en derechos humanos. El hombre es una naturaleza, es un qué. Pero, a diferencia de las cosas, no sólo es un qué, además tiene ese qué. Esto es así porque también es persona, es un quién.

La diferencia con Jesús es que cuando uno pregunta qué es, la contestación es doble, porque es hombre y es Dios. Y si se pregunta quién es, la contestación es el Hijo de Dios, su quién es divino. ¿Quién habla, cuando habla Jesús; quién camina, cuando camina Jesús; quién muere, cuando es crucificado; quién resucita? Lo que obra y padece es su qué humano, pero quien lo hace es el Hijo de Dios.

Los hombres hacemos cosas conscientemente y otras inconscientemente, como los actos reflejos o la digestión. Pero también hacemos cosas personalmente y otras impersonalmente. En esta diferencia pone Ortega y Gasset precisamente el quicio de su sociología. En los actos impersonales, el protagonista no es un yo, sino el impersonal se, es decir, es lo que se hace conscientemente, pero no desde el yo; es lo propio del hombre sumido en la acción de la masa. Si Jesús, aunque fuera consciente de sus actos, no era consciente de quién era, es decir, no sabía quién obraba cuando actuaba, sería tanto como decir que toda su vida fue una existencia vivida impersonalmente. Entonces, ¿qué valor tendría esa vida? Sería una vida humana ejemplarísima, pero impersonal. Jesús, además de ser perfecto hombre y, por su obrar, hombre perfecto, sería además el dechado del hombre masificado y despersonalizado. Y Dios el perfecto manipulador de marionetas humanas, el divino titiritero.

Nuestra sociedad se está masificando paulatinamente. No solamente, desde un punto de vista económico, por el deterioro progresivo de la clase media. Educativamente se deja de un lado la fundamentación última de la realidad y el para qué, dando como resultado individuos cada vez más acríticos. Moralmente la libertad se va escindiendo de la responsabilidad y la descarga del impulso toma el protagonismo. ¿No será porque la faz de Jesús ya es sólo una máscara de una persona divina y no el rostro que hace presente la divinidad? ¿Su inconscien­cia no será la proyección de la incapacidad de nuestra cultura para ver el Tú divino? Sin la visibilidad del Tú divino, ¿qué espesor tendrá el yo humano? ¿Estará aquí la raíz de la cosifi­cación y masificación actual del hombre? "Una cultura depende de la calidad de sus dioses, de la configuración que lo divino haya tomado frente al hombre." (María Zambrano)

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