Menos se han comprendido las consecuencias que una acción gubernamental anterior –la Seguridad Social– ha jugado en esta crisis.
En el s. XX, ciertos cambios en el país, entre ellos la instauración de la Seguridad Social, fueron haciendo que la opción de no tener hijos fuera cada vez más atractiva para muchos americanos. Antes de esto, se criaban y educaban a muchos hijos como un seguro para la jubilación; pero con la creación de la Seguridad Social durante la Gran Depresión, todo esto comenzó a cambiar.
Es cierto que este programa público tiene un objetivo loable: asistir a la tercera edad en tiempos de crisis. Sin embargo, al mismo tiempo, la Seguridad Social liberó a muchas parejas de la necesidad de tener hijos responsables e ilustrados que pudieran cuidar de ellos durante la ancianidad. Ingresar un cheque es más sencillo que educar a un hijo; pensar que la Seguridad Social no influye sobre la tasa de fertilidad es creer que los seres humanos no responden a incentivos.
¿Pero qué tiene todo esto que ver con la crisis económica? Aun cuando sus causas más inmediatas sean complejas, en el fondo padecemos un problema de oferta y demanda que ha sido agravado por nuestra transición demográfica. Tal y como explica David Goldman en First Things, "El colapso de los precios internos y sus consecuencias sobre el sistema bancario se deben al menguante número de familias que necesitan de una casa. La familia nuclear es sólo una opción más entre muchas otras".
Este cambio demográfico ha socavado el mercado inmobiliario y a través de él al mercado financiero y a la solvencia de toda la nación, incluyendo los planes de pensiones.
Aprobar ahora un incentivo legal para combatir el problema no lo solucionará. El cáncer tiene raíces más profundas. No es un problema contable que la Seguridad Social no pueda financiar las pensiones de la generación del baby boom. No es un problema regulatorio que estas mismas personas no vayan a ser capaces de vender sus casas con pingües plusvalías. Simplemente no hemos tenido suficientes hijos como para dar salida al stock de vivienda actual.
El Gobierno de Estados Unidos ha estado ingresando cheques bajo la expectativa de mayores cotizaciones futuras a la Seguridad Social y de un mercado inmobiliario robusto. Pero en algún momento muchos de nosotros hemos dejado de ingresar en nuestras cuentas el activo principal de ese esquema: jóvenes que trabajan, cotizan a la Seguridad Social y compran casas para crear sus familias.
No estoy intentando decir que la Seguridad Social sea la única o la mayor causa del cambio demográfico que ha padecido la familia tradicional; ni siquiera que el Gobierno sea incapaz de promover una mayor preocupación por la tercera edad; tampoco que todo el mundo tenga una obligación moral a casarse y procrear. Mi argumento es más bien otro: no existe ninguna seguridad en un sistema que continuamente debilita los incentivos naturales a los comportamientos responsables y productivos. Y criar a la siguiente generación de ciudadanos es uno de esos comportamientos.
Afortunadamente, la situación todavía no es desesperada. John Maynard Keynes decía que "a largo plazo todos muertos". En realidad, en el largo plazo, nuestros nietos y sus nietos seguirán en este mundo, siempre y cuando nos preocupemos por criarlos en una familia. Keynes casi tenía razón: a largo plazo, las culturas estériles están muertas. Pero siendo una república de ciudadanos libres, no tenemos por qué elegir ser una de esas culturas.
FAMILIA
(In)seguridad Social y crisis
Como incluso ya han reconocido algunos desde la izquierda, los políticos de Washington contribuyeron a la crisis financiera blindando a ciertas compañías que eran "demasiad grandes para quebrar" de las consecuencias de sus nefastos comportamientos. Y las compañías, no debería sorprender a nadie, se comportaron de manera nefasta.
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