En su primer discurso a los nuevos cardenales, antes de colocarles la birreta púrpura, el Papa les recordó que el quedar unidos más de cerca al sucesor de Pedro, les exigirá "una participación más intensa en el misterio de la Cruz, compartiendo los sufrimientos de Cristo". Y es que hay un misterio insoslayable en la historia de la salvación, a saber, que Jesús no ha redimido al mundo con bellas palabras, sino a través de su muerte y resurrección. Este "dinamismo pascual" (así lo ha denominado el Papa), se escurre de los análisis estratégicos que los medios siempre tienden a elaborar, pero la Iglesia no puede prescindir de él. El recuerdo de que las vestiduras púrpuras de los cardenales representan la disponibilidad a derramar la propia sangre por la extensión de la fe y la libertad de la Iglesia, es mucho más que un recurso retórico: toca el misterio último del servicio pastoral, que no tiene nada que ver con la grandilocuencia del poder mundano. Esta misteriosa sintonía con el sufrimiento, no afecta sólo a los pastores de las iglesias de países donde la fe es perseguida o su libertad duramente restringida, sino también a quienes anuncian el Evangelio en los países de antigua tradición cristiana. Que se lo digan al nuevo cardenal W. J. Levada, que acaba de ser declarado persona non grata por el consejo municipal de San Francisco, como representante de la "odiosa moral católica". Y en fin, aunque la agresividad no alcance esas cotas, la apatía general, el abandono de Dios y la fría desesperanza de nuestras viejas sociedades, son de por sí un amargo aguijón en la carne para cualquier pastor de la Iglesia.
En todo caso, Benedicto XVI ha podido recordar muy especialmente a los cristianos perseguidos a lo largo y ancho del planeta, en el contexto de estas celebraciones. Durante el consistorio se ha hablado mucho sobre las difíciles relaciones con el mundo islámico; está claro que ese es un diálogo indispensable, y que es preciso encontrar interlocutores musulmanes abiertos y disponibles para encontrar una base de mutuo respeto. Pero mirando el mapa, a nadie se le oculta la dureza de la situación: desde Nigeria a Indonesia, pasando por Sudán y Pakistán, la intolerancia y la violencia contra las minorías cristianas se intensifica. Un ejemplo clamoroso es el del afgano Abdul Rahman, converso al cristianismo durante una estancia en Alemania, que ahora afronta la posibilidad de ser condenado a muerte por apostasía. La presión internacional sobre el presidente Karzai (a quien se ha dirigido también el cardenal Sodano en nombre del Papa) intenta salvar la vida de este hombre que a los ojos de la ley islámica ha cometido el mayor de los crímenes, el de apostasía. Y no nos engañemos, esta visión de las cosas no es patrimonio exclusivo de talibanes, sino una visión ampliamente compartida entre las autoridades religiosas musulmanas. También la India, tradicionalmente tolerante hacia las minorías religiosas, cede estos días al empuje del integrismo, y en numerosos estados se aprueban leyes anti-conversión que suponen verdaderas amenazas para las comunidades cristianas. Un buen motivo de reflexión para los patrocinadores de la Alianza de las Civilizaciones.
Otro foco de atención estos días ha sido China. El cardenal Joseph Zen ha querido recordar que su birreta roja representa la sangre y las lágrimas de numerosos héroes sin nombre, tanto de la iglesia "oficial" como de la "subterránea", que han sufrido por ser fieles a la Iglesia. Pero Zen ha enviado también un mensaje entre líneas a las autoridades de Pekín, al pedir a los católicos chinos que sean pacientes y que contribuyan a construir una "sociedad armónica", concepto este último que manejan asiduamente los líderes chinos. Mientras, el secretario vaticano para las Relaciones con los Estados, Giovanni Lajolo, repetía que el tiempo está maduro para entablar relaciones con China: ¿mensaje cifrado o exceso de voluntarismo? Lo cierto es que en su primera homilía, transmitida por Radio Vaticana, el cardenal Zen se ha dirigido a sus fieles para asegurar que "el invierno ha pasado", y que "la semilla que habéis plantado entre lágrimas, dará fruto muy pronto". Quizás los cristianos viejos de este occidente confundido deberíamos mirar con más atención lo que sucede en el ancho mundo, donde la verdad de la Pascua, que pronto vamos a celebrar, sigue aconteciendo.