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ANTE LA CONSTITUCIÓN

Europa: ¡vuelve a encontrarte!

Se acerca el momento de dar un paso más en el proceso de unificación de Europa. La Constitución europea está encima de la mesa y nos llaman a los ciudadanos para que sobre ella nos pronunciemos, siendo España el primero de los Estados en someterla a referéndum, el próximo 20 de febrero. Butragueño, Duque y Cruyff, entre otros, son los elegidos para explicarnos el significado de la Carta Magna europea. ¿Qué hacer, como cristiano y europeo, ante esta consulta popular?

Se acerca el momento de dar un paso más en el proceso de unificación de Europa. La Constitución europea está encima de la mesa y nos llaman a los ciudadanos para que sobre ella nos pronunciemos, siendo España el primero de los Estados en someterla a referéndum, el próximo 20 de febrero. Butragueño, Duque y Cruyff, entre otros, son los elegidos para explicarnos el significado de la Carta Magna europea. ¿Qué hacer, como cristiano y europeo, ante esta consulta popular?
Butragueño en la campaña gubernamental del referendum
Escribía el insigne filósofo del Derecho Truyol y Serra que la Paz de Westfalia, en 1648, se considera el punto de partida de Europa en el sentido de una entidad cultural y política y no ya meramente geográfica como se había concebido durante la Edad Media –a pesar de que el ideal de “europeidad cristiana” ya se había extendido por los benedictinos, a partir de la coronación de Carlomagno en el año 800 por el Papa León III-. La Cristiandad, Bizancio y el Islam tomaron el relevo de Roma y Europa lo tomó de la Cristiandad. El nacimiento del Estado moderno soberano da lugar a un nuevo “sistema europeo de Estados” que sustituye a la Res publica christiana o Cristiandad que, por entonces, ya no se identifica con el catolicismo sino que representa una diversidad de confesiones, principalmente, la católica y la protestante. Sería erróneo creer, tal y como puso de manifiesto el citado profesor, que la pluralidad confesional (en el más amplio sentido del término, es decir, abarcando también a los no creyentes) rompía con todo sentimiento profundo de unidad en los pueblos europeos. El nuevo système politique de l’Europe se fundó y se ha desarrollado sobre la base de la Cristiandad en cuanto entidad cultural y social y no sólo en cuanto sentimiento religioso.
 
Tras la II Guerra Mundial, la idea de Europa se relanza, de manera tan ingeniosa como desesperada, para prevenir un nuevo conflicto franco-alemán. Ahora, la Constitución europea pretende coronar un proceso que, a mi juicio, empieza a sufrir el mismo camino que una cremallera rota: al mismo tiempo que se va subiendo con la pretensión de cerrarla, se va abriendo por debajo. La denominación de “Constitución” representa, al menos desde una perspectiva terminológica en la pirámide kelseniana, la cúspide del ordenamiento jurídico europeo cuyo último eslabón se situaba hasta ahora en los Tratados constitutivos. Pero, simultáneamente, más que nunca se reniega de la base piramidal, de la herencia y raíces cristianas hasta el punto de borrarlo de su preámbulo constitucional. Decía Robert de Ventos que Europa sabe que el cristianismo está en su subsuelo pero quizá no quiere explicitarlo para estar así más disponible a futuros desarrollos. Quisiera pensar que es ésta su causa, pero más bien parece un “rapto del alma europea”. El preámbulo de la Constitución invoca la “herencia cultural, religiosa y humanista de Europa”. Pero, al igual que Pompeya, la bella esposa del César, no sólo debía ser honesta, sino también parecerlo, Europa debería hacer también expreso su reconocimiento al portador de ese acervo cultural heredado –como expuso, ¡un francés!, Giscard D’Estain- y no sólo por razones de carácter nostálgico, sino, fundamentalmente, por motivos de proyección futura: el modelo de Europa no puede obviar la verdadera identidad europea. “La pérdida de la memoria cristiana va unida a un cierto miedo en afrontar el futuro” (Ecclesia in Europa).
 
Es un juicio simplista decir que los españoles no podemos votar en contra de la Constitución europea, dándole ahora la espalda a Europa. Decir no a la Constitución europea no es negar Europa ni ser un “anti-europeísta”. Más bien, al contrario. Precisamente por pensar que Europa es algo más que un mero concepto geográfico y una entidad burócrata y gestora de una serie de materias, considero que no debe obviar sus raíces cristianas –insisto, entendidas en un sentido más allá del estrictamente religioso-. Tal vez así, no estaríamos planteando permanentemente cuestiones tan básicas como hacia dónde va Europa, hasta dónde se extiende, o incluso si verdaderamente existe Europa (A. Touraine). Por poner un solo ejemplo: la pertenencia a Europa pasa, según los artículos I-1 y I-2 de la Constitución, por ser un Estado que respete “los valores de respeto de la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y respeto de los derechos humanos, incluidos los derechos de las personas pertenecientes a minorías”. Sólo faltaría concretar un “pequeño” matiz: el carácter europeo del país candidato.
 
En fin, la culminación del proceso europeo no pasa sólo por una norma jurídica –que también-, sino, fundamentalmente, por no olvidar su herencia cristiana, que es como decir también sus tradiciones, principios y valores culturales, religiosos, económicos, políticos y sociales. Su recuerdo no implica exclusión. Decía el que fuera Presidente de la República checa Václav Havel que Europa, en cuanto conjunto de valores arraigados en la antigüedad y en el cristianismo, es una comunidad de destino. Desconozco el destino de una Europa que en su Tratado constitucional prescinde intencionadamente de la mención expresa al cristianismo.
 
Termino, pues, con las palabras pronunciadas por el Papa Juan Pablo II en su primera visita a España, en la catedral de Santiago de Compostela y en presencia de Sus Majestades los Reyes de España: “Yo, Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia Universal, desde Santiago te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: ¡Vuelve a encontrarte!”
 
 
Jesús Avezuela es letrado del Consejo de Estado.
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