Los intereses del imperio zerolista se han convertido, no se sabe por qué cálculo de extrañas mayorías, en el objetivo social y familiar de la sociedad española. Se trata de adaptar lo que pertenece al orden natural de las cosas –la estructura de las inscripciones en el Registro Civil– al orden esperpéntico y apócrifo que surge del progresismo imperante en los matrimonios entre personas del mismo sexo.
Tan es así que, por mucha vocación paterna o materna que tenga la pareja de hombre y mujer que esperan el gozo de un hijo, no podrán ser ni padre ni madre, por decisión del Gobierno del señor Rodríguez Zapatero, y por medio de una norma tan insignificante como una simple orden ministerial. He oído, casi siempre con rasgos de humor, los juicios más diversos acerca de la sustitución de los términos "padre" y "madre" por "progenitor A" y "progenitor B". A mí, sinceramente, eso del progenitor –ya sé que sin justificación etimológica, aunque sí por su valoración social– me lleva al terreno de las especies animales con sus apropiados sementales. Es decir, a aquellos ámbitos donde lo único que importa es la reproducción, la productividad en la misma y la pureza y control del pedigrí.
Ya dijimos en su momento que la aberración de modificar el concepto de matrimonio, aplicándolo a lo que no lo es, traería más de una consecuencia. Por el momento tenemos, como primicia de aquella decisión, la desaparición coactiva del padre y de la madre, que en lo sucesivo se encarnarán en el caparazón genitor; simplemente, genitor.
¿Quiere esto decir que el Gobierno del Sr. Rodríguez Zapatero no distingue la figura de padre o madre de la de progenitor o progenitora? Temo que no pueda encontrar yo ese consuelo. Si todo fuera atribuible a la ignorancia, con un par de tardes de buena doctrina estaría todo resuelto. El modelo, a mi modo de ver, y ojalá me equivoque, está conscientemente en otra línea, que también se da en esferas bien distintas de la actividad política y económica.
Algunos entendemos que el padre o la madre, ambos, son algo más que una diferencia de vocablo con el de progenitor. Los padres no sólo engendran, que también, sino que asumen la responsabilidad de ilustrar, guiar y tutelar al hijo o a la hija por los difíciles senderos de la vida. Están presentes, con ese sentido especial e íntimo de pertenencia a una comunidad –la familia–, en el discurrir de los hijos en los avatares de la vida, que, iniciada nueve meses antes de ver la luz, se prolongará en un proceso formativo hacia un fin al que se aspira: alcanzar el nivel máximo de perfección humana, de compromiso con la sociedad y de servicio a la misma.
Dejando a los padres el papel de simples progenitores, su función termina con el alumbramiento o, podría añadir alguien del Gobierno, "con el aborto". Lo de después, ese transcurrir vital para el bien de la persona y de la familia humana en su integridad, corresponde al Estado. Así lo habría dicho Stalin: los hijos pertenecen al Estado; él los educa, él los alimenta, él decide su función en la vida futura... Sin padres, todo ello es posible, pues nadie va a reivindicar su pertenencia al núcleo familiar y su derecho a educar y a acrecentar en el hijo el patrimonio humano, intelectual, cultural y social que le haga más capaz para ser útil a la sociedad.
¡Qué suerte tengo de poder ser padre y no sólo progenitor!