Al finalizar el acto, uno de los presentes comentó a los organizadores: "¡Qué valor tenéis para organizar una cosa así!" Seguramente está en el ADN de los jóvenes del Peguy, porque el pasado noviembre se atrevieron también a montar un debate sobre Educación para la Ciudadanía con el catedrático Luis Gómez Llorente, cerebro gris de la reforma educativa del PSOE desde finales de los 70.
Entonces como ahora, dirá uno de los organizadores, se trata del mismo atrevimiento ingenuo que viene de la fe. La frase no es original: pertenece a don Luigi Giussani, el sacerdote milanés que murió hace ahora tres años, tras haber dado vida a un gran movimiento de educación y presencia cristiana. El propio Giussani, que generalmente rompía los esquemas de los que intentaban clasificarle, explicó en una ocasión que el "atrevimiento" deriva de la certeza alcanzada sobre el acontecimiento cristiano, mientras que la "ingenuidad" procede de la sencillez con la que uno intenta (siempre es un intento) ser coherente con ese encuentro.
Por eso aquel cura fuera de los cánones introducía a sus alumnos en el cristianismo leyendo los versos del poeta ateo Leopardi y escuchando las sinfonías de Beethoven. Porque para comprender la propuesta de Cristo es preciso tener despierto el deseo del infinito que mide la grandeza y la dignidad de lo humano. Sus polémicos alumnos comprobaron muy pronto que su profesor no quería hacerles trampas, y que estaba dispuesto a aceptar, con la experiencia de su fe, cualquier desafío que le plantearan. Porque si la fe cristiana no se reconoce como la respuesta plena a la exigencia de lo humano está llamada a desaparecer o a reducirse a mera regla moral, a barniz cultural o a mera consolación.
Y así, cada paso del camino era una confrontación cordial de la razón con el acontecimiento cristiano, una invitación a verificar aquí y ahora la conveniencia de adherirse a la propuesta de la Iglesia. Una Iglesia redescubierta siempre como tejido de amistad en el que se hace patente la presencia de Cristo resucitado, como hogar pero no como refugio, como lugar de educación y como pueblo que construye un espacio de humanidad abierto a todos.
Forjados en esa verificación continua, los chicos de don Giussani no temieron fajarse con la mayoría marxista de las universidades italianas en los años de alta marea ideológica, cuando los católicos habían sido prácticamente desalojados de la vida universitaria real. Pero tras las turbulencias de aquel periodo no quedaron atrapados en una estéril dialéctica con sus adversarios, sino que supieron abrir grietas en el muro.
De aquellos diálogos y aquellas relaciones, a veces turbulentas pero siempre llenas de auténtica humanidad, han brotado obras clamorosas como el Meeting de Rímini, un lugar en el que se hace evidente cada verano que la pertenencia a la Iglesia es fuente de creatividad y lanza a un diálogo a campo abierto con todas las posiciones culturales y religiosas.
Una muestra de esa apertura característica tuvo lugar el pasado otoño durante la apertura de curso de CL en España, en la que el profesor egipcio Wail Farouk dialogó sobre la obra de Giussani El Sentido Religioso con el teólogo español Javier Prades. En un momento en que la sombra del choque de civilizaciones se cierne sobre el mundo, que un movimiento católico conocido por su entusiasmo misionero y su fidelidad al Papa invite a un intelectual musulmán a hablar públicamente sobre fe, libertad y razón es todo un fruto de la semilla que plantó un día don Giussani.
A tres años de su muerte, el carisma suscitado por el Espíritu a través de don Giussani revela su capacidad de propuesta en un contexto marcado en Europa por el alejamiento de la fe pero también por una renovada sed de sentido. Salir al encuentro del corazón y de la razón del hombre, partir de su exigencia de felicidad para mostrarle no un discurso sino una vida presente, ofrecerle un lugar donde conocer y verificar la verdad de Cristo: esa ha sido desde finales de los 50 en Milán, la pasión que ha movido a quienes se encontraron con don Giussani y le han seguido.