Sin lugar a dudas, nos parece que releer a Greene sea una tarea más significativa que la de publicar las listas de mujeres con las que tuvo relación el autor. En primer lugar porque las ciertamente numerosas mujeres con las que estuvo es asunto suyo; además parece poco acorde con la celebración del centenario de su nacimiento en este año de 1904 iniciar una campaña puritana para juzgar la moralidad de Greene,. En segundo lugar porque lo que nos interesa de un escritor es que lo haga bien y que sus textos nos revelen más a nosotros mismos y desafíen el mundo en el que vivimos; dos condiciones que el inglés cumple extraordinariamente bien.
"La última palabra" es un relato de ciencia-ficción. Género, que junto a otros denominados populares, tiene sus orígenes y se desarrolla, marcando modelos y paradigmas, en el mundo anglosajón. La ciencia ficción es un cauce que permite imaginar el futuro y crear un universo no conocido. Si uno de los componentes esenciales de este género es el juego de la imaginación, se intenta deleitar explorando posibilidades fantásticas en torno al futuro, otra de sus características más habituales es servir de advertencia, cuando no posee un valor profético, de denuncia o atiende a la descripción dramática del final de los tiempos. El relato de Greene deleita con las estrategias de un gran narrador, cumpliendo el primer rasgo; además con su ya conocida inquietud por los abusos de poder, el británico denuncia el intento por silenciar la experiencia humana.
El mundo de "La última palabra" pertenece al futuro y está marcado por la homologación y una asfixiante falta de libertad, en el que se persiguen duramente las experiencias de humanidad no previstas. Lógicamente, entre éstas, la experiencia religiosa como exaltación de la humanidad y vinculación con el destino es especialmente acosada. Greene nos relata la entrevista entre el último de los cristianos y el General que gobierna un universo sometido. Naturalmente, el relato tiene carácter de denuncia de la injusticia ante un poder que pretende reducir las conciencias, pero además ofrece un desenlace abierto, la recóndita pregunta del General por la verdad de la presencia que tiene ante sí, parece atravesar el aparentemente sólido edificio de este universo construido sin libertad. El tiempo es breve, en el cuento se describe el día postrero de la vida de un anciano que, recluido en una angosta celda desde hace años, es obligado a salir. Asistimos a su despertar en un mundo que, tras años de encerramiento, desconoce; le acompañamos en su traslado desde su habitación hasta la vivienda del General o poder máximo, y, por fin, a la entrevista que mantiene con él. El protagonista es un hombre desconocido para sí mismo: algo ha ocurrido durante los años de enclaustramiento que le han hecho perder la memoria y la conciencia de sí. Solamente conocemos su identidad por terceros, es Juan XXIX, el último Papa, que se verá despojado incluso de ese trozo de madera que con amor ha custodiado, la figura de un hombre crucificado y mutilado, la imagen debe ser archivada en el Museo Mundial de los Mitos. En la conversación, el General explica cómo cayeron las ideologías, después las religiones y que por fin le ha tocado caer al último cristiano que es él y al que va a librar "limpiamente" de las tristes condiciones de soledad y reclusión a las que estaba sometido. A lo que el anciano responde:
-Es usted muy amable. No eran tan tristes como usted cree. Tenía a un amigo conmigo. Podía hablar con él.
-¿Qué demonios quiere usted decir? Estaba solo. Incluso cuando salía de su casa para comprar el pan estaba solo.
-Me estaba esperando al regresar. Me gustaría que no se hubiera roto el brazo.
-Oh, está usted hablando de aquella imagen de madera. El Museo de los Mitos se alegrará de poder añadirla a su colección. Pero ha llegado el momento de hablar de cosas serias y no de mitos (...) Quiero que muera con dignidad. El último cristiano. Éste es un momento histórico(...)
-Por lo menos, tómese un vaso de vino conmigo, Papa Juan.
-Gracias. Eso sí lo tomaré.
El General sirvió dos vasos. Le tembló un poco la mano al apurar el suyo. El anciano alzó el suyo como si estuviera saludando. En voz baja pronunció unas palabras que el General no pudo entender del todo, pero era una lengua que no comprendía.
-Corpus domini nostri...
Mientras su último enemigo cristiano bebía, el general disparó.
Entre la presión ejercida sobre el gatillo y la explosión de la bala, una extraña y aterradora duda le vino al pensamiento: ¿sería posible que lo que aquel hombre creía fuera verdad?"