Hace unos días, en una tertulia de amigos, mi amiga Rocío me dijo: “yo no escucho la COPE, porque ya se lo que va a decir; tampoco escucho la SER, porque también ya se lo que va a decir; yo, si pongo la radio, escucho música”. Exactamente, tuve que decir a mi amiga, eso es lo que quieren algunos, que escuchemos música. Pues eso, la teoría de los palmeros de ZP en el referéndum del Tratado Constitucional para Europa: nosotros no necesitamos saber de qué va, ya están los políticos para hacerlo por nosotros.
La conciencia que los españoles tenemos de los acontecimientos y de los cambios que se están produciendo en la sociedad está fuertemente influida por los medios de comunicación. Es por eso que en España, como en cualquier sistema democrático, es esencial que existan medios plurales, que nunca van a ser perfectos; pero es preferible el pluralismo imperfecto antes que la dictadura informativa y el monopolio de la comunicación. (A propósito, ¿cuándo va Polanco a cumplir la sentencia del Supremo que le obliga a devolver 67 emisoras de Antena 3 con las que se quedó indebidamente?).
Soy escuchante asiduo de la radio y lector de periódicos, y recomiendo que, el que pueda, escuche no una, sino dos o tres radios, y lea dos o tres periódicos, todo lo que pueda; en cada uno encontrará parcelas de verdad, retazos de información, fotografías de la realidad, y también en mayor o menor grado, manipulaciones, engaños y mentiras; y tendrá que leer entre líneas, sospechar, comparar, preguntarse, razonar y formar su propia opinión. Si una radio o un periódico dicen que “Marruecos aceptó repatriar a 73 inmigrantes que asaltaron la valla de Melilla”, a mi me gusta que la COPE diga que “Marruecos aceptó repatriar a 73 inmigrantes porque el Rey llamó tres veces al rey de Marruecos”. Ya sé que para algunos informar de esta manera no es políticamente correcto. Contar la veracidad de los hechos incómodos para el poder político, contrastar y desenmascarar las medias verdades, es para algunos provocar crispación. A muchos les saca de sus casillas que los periodistas no se limiten a leer titulares, sino que, además, desentrañen la noticia, desenmascaren las tramas y las mentiras, y pongan al descubierto la raíz de las perversiones del poder político, del poder económico, del poder periodístico y hasta de las tentaciones del poder religioso.
La COPE es una de las radios más vivas en el territorio español; una radio hecha con imaginación, creatividad, trabajo serio de analistas y buenas fuentes de información. Una radio que, tengo entendido, sigue creciendo, a pesar de los obstáculos del poder político, de la derecha y de la izquierda. No digo que las demás emisoras, la SER y Onda Cero, no lo sean, pero la COPE es una radio de profesionales imaginativos y luchadores, que pertenecen a una empresa que inspira su trabajo en el lema “La verdad os hará libres”. Un lema que tiene que aplicar a "La Mañana", "La Tarde con Cristina", "La Linterna", en los deportes con "El Tirachinas", en la madrugada "A Cielo Abierto", con el campo en "Agropopular"; y del mismo modo en todos los "Espejos" del "Área Socio Religiosa", en "Línea COPE" y en todos los demás. Y cuando se cometen errores, como la parodia del asalto a la valla de Melilla, aunque a muchos oyentes no les importe, a muchos otros sí nos importa y no nos gusta; y hay que pedir perdón y rectificar.
La Doctrina Social de la Iglesia concreta su naturaleza teórico-práctica en “principios de reflexión, criterios de juicio y orientaciones para la acción”. En esta formulación propuesta por Pablo VI en Octogesima adveniens, 4, advertimos una gradualidad de mayor a menor vinculación y exigencia de cumplimiento. No es que las “orientaciones”, prácticas e históricas por naturaleza, sean menos importantes que los “principios”, sino que, a la hora de establecer una vinculación irrenunciable a los tres órdenes, lo primero son los principios, es decir, aquellas verdades que encierran contenidos irrenunciables para un cristiano e inseparables de la misma fe cristiana sobre la dignidad de la persona, la vida, los derechos fundamentales y el destino trascendente del hombre. Esta propuesta me sirve para no caer en radicalismos perfeccionistas, en general inalcanzables y paralizantes, y razonar una postura que considero éticamente aceptable.
Es fácil criticar la indignación, los exabruptos, las exageraciones, las descalificaciones, las desmesuras verbales de algunos periodistas, acusarles de poco caritativos, etc. ¿Será esto realmente lo fundamental en lo que hay que fijarse? ¿No seremos capaces de ver más allá de las formas, cuando vemos que si no exageramos en las formas, el fondo de los problemas se disuelve en músicas alienantes? La radio tiene mucho de puesta en escena y dramatización para dar vida a la noticia. ¿No estaremos haciendo el caldo gordo a la tiranía y la corrupción, al equivocar la mirada puesta en el dedo del que señala y al ocultar al tirano y al corrupto? ¿Qué es prioritario en la denuncia evangélica: indignarse con las formas y cerrar los ojos al problema de fondo, o destapar la raíz del mal y la mentira estructural que sostiene a un poder corrompido que enfrenta y divide a los ciudadanos?
El problema no es la palabra más o menos agresiva, violenta e indignada de algunos periodistas. El problema es lo que lo provoca. No apruebo y no me gusta lo primero, pero lo considero secundario porque lo que importa, en primer lugar, es el problema, la mentira, la trama de injusticia que está en el origen. El problema no es de los que en la COPE informen exhaustivamente sobre las diferentes tramas de la masacre del 11-M; el problema es el cerrojo informativo que el Gobierno y sus apoyos políticos, económicos y mediáticos han echado a la masacre de 192 personas. El problema no es que en la COPE se denuncien las fechorías mediáticas y políticas en los días posteriores a esa masacre; el problema es que lo que sucedió es lo más parecido a un “golpe de Estado” perpetrado entre el 11 y el 14 de marzo de 2004, solapado en unas elecciones democráticas. El problema no es la crítica histórica demoledora, argumentada y sistemática del periodista; el problema es la ignominia de condecorar en la democracia al responsable de un genocidio de varios miles de personas. El problema no es que un periodista vocifere contra las farsas escenificadas en las comisiones de investigación; el problema es la mentira organizada con dinero y medios públicos y la deshonra a la memoria y a la dignidad de los asesinados en el 11-M, en el helicóptero de Afganistán y en el incendio de Guadalajara. El problema no es que el periodista se refiera al ministro como el “experto del typpex” por falsificar un documento que luego usó contra el anterior Gobierno popular; el problema es silenciar que el ministro Caldera negó una subvención a las víctimas del terrorismo y que la COPE, junto con Libertad Digital y la revista Época, reunió 650.000 euros donados por los ciudadanos para esa finalidad.
No escandaliza la vehemencia de unos; repugna el trágala, la desidia, el pecado de omisión, la cobardía, la corrupción, la inmoralidad de otros. No es que todo valga lo mismo. Es positivo criticar a la COPE, con razón o sin ella; la libertad de expresión y de opinión, libertades propias de un Estado de Derecho, son la piedra fundamental de las críticas vertidas contra los gobernantes y otros poderes del Estado. ¿Qué es más propio de un Estado de Derecho, escandalizarse con las desmesuras verbales y las descalificaciones indignadas de un periodista, o denunciar con firmeza la dictadura informativa impuesta en Cataluña en torno al derrumbe del barrio del Carmelo, para defender la dignidad y la vida de las víctimas? Llamar “genocida cubano” a un líder comunista no es políticamente correcto pero es una expresión que describe al comandante de una dictadura que viola sistemáticamente los derechos humanos, que cuenta con miles de asesinados y desaparecidos, miles de presos políticos y torturados y varios millones de exiliados. Manifestarse públicamente en España a favor de esta dictadura, ¿no es hacer apología de la violación sistemática de los derechos humanos?
La COPE es una fórmula de empresa radiofónica muy compleja, pero absolutamente necesaria en el universo de la comunicación. La variedad y la riqueza de sus programas y periodistas hace de la COPE una de las ofertas más interesantes de la actualidad. Hay que cuidar con el mismo esmero y profesionalidad lo que se dice y el cómo se dice. A veces sobran las descalificaciones y el tono airado, pero no sobra nunca la intensidad informativa sobre los temas de fondo. Tiendo a mirar con intensidad las estructuras del mal y con benevolencia las torpezas propias de la manera temperamental de ser de cada uno. Prefiero no escandalizarme con pecadillos comunes antes que escuchar música y comulgar con ruedas de molino ante las grandes perversiones y estructuras de pecado.
Juan Souto Coelho es miembro del Instituto Social “León XIII”