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VETE Y VIVE

El perdón de la diferencia

El 2005 se despidió con una de las mejores películas de la temporada, Vete y vive, del rumano judío Radu Mihaileanu. Una producción franco-israelí que parte de un episodio real desconocido para muchos: la historia de los falashas, judío etíopes (negros) que se consideran los descendientes de la reina de Saba y el rey Salomón. Son los únicos que todavía siguen los dictámenes de la Torá original.

El 2005 se despidió con una de las mejores películas de la temporada, Vete y vive, del rumano judío Radu Mihaileanu. Una producción franco-israelí que parte de un episodio real desconocido para muchos: la historia de los falashas, judío etíopes (negros) que se consideran los descendientes de la reina de Saba y el rey Salomón. Son los únicos que todavía siguen los dictámenes de la Torá original.
Detalle del cartel de VETE Y VIVE.
En noviembre de 1984, y a instancias de Israel y Estados Unidos, empezó la Operación Moisés, que llevó a los judíos etíopes a Jerusalén. Los falashas dejaron su país a escondidas del régimen prosoviético de Mengistu, que les prohibía emigrar, y cruzaron las montañas a pie hasta los campamentos de Sudán, un país en el que no podían decir que eran judíos o les matarían.
 
En ese contexto real, la película nos cuenta la historia de ficción de Schlomo, un niño etíope de madre cristiana, la cual le obliga a hacerse pasar por judío para salvarle de la hambruna y de una muerte segura. Ella se queda en el campamento de Sudán y el niño llega a la Tierra Prometida, donde es adoptado por una familia judía no practicante. Schlomo vivirá siempre con el deseo de volver a su madre.
 
Schlomo ocultará durante veinte años su verdadero origen cristiano por miedo a no ser aceptado en su nueva familia judía. Y también ocultará al principio la existencia de su madre, para no perder su condición de "adoptado". Schlomo irá cambiando a lo largo de su vida, desde una existencia crispada e inadaptada, tras el "abandono" de su madre, hasta una reconciliación agradecida con todo y con todos. El momento decisivo de esta evolución es cuando él "se perdona" ser distinto, y lo que provoca este paso existencial es la mirada que adquiere sobre él su esposa Sarah cuando se queda embarazada, es decir, cuando se convierte en madre y es capaz de entender lo que significa ser hijo, y lo que haría una madre por su hijo.
 
Y éste es el segundo gran tema: la madre como pertenencia. Schlomo vive una radical conciencia de pertenencia a su madre biológica. Todos los días se dirige a ella con su imaginación y le cuenta cómo le ha ido la jornada. Mira a la luna, sabiendo que ella también la puede ver, y le habla al satélite como si fuera un signo de su madre. La memoria de su madre le permite no destruirse del todo, sobre todo en los primeros años de la separación.
 
Pero Yael, su madre adoptiva/acogedora, también se convierte enseguida en una madre real para él. Le afirma con tanta incondicionalidad que Schlomo se sentirá verdaderamente querido por ella y, extensivamente, por toda su familia. Este amor, que recorrerá un camino nada fácil, prefigura el perdón de la diferencia definitivo en la escena en que el niño es rechazado en el colegio por sus llagas y Yael le besa las heridas.
 
Schlomo en ningún momento vive esa maternidad como competencia de la de su madre biológica. Al contrario, se siente agradecido, quiere a Yael como a una verdadera madre, siente que pertenece a ella, aunque en la adolescencia pase por la típica crisis de "Yo no soy vuestro hijo".
 
Pero aún hay dos "madres" en esta múltiple pertenencia. La mujer que al salir de Etiopía se hace pasar por su madre, y que luego morirá enferma, supone para el niño la primera experiencia de una gratuidad y de una acogida maternal que no viene de su madre biológica. En segundo lugar, Sarah, la chica que siempre quiso a Schlomo y con la que finalmente se casará; cuando se convierte en madre de su hijo, provocará a Schlomo una nueva conciencia de la fuerza del vínculo materno-filial, lo que le moverá a la tarea casi imposible de buscar a su madre biológica y mostrarle su amor y gratitud.
 
Aparte de esto, el film aborda cuestiones religiosas, políticas, ofrece luz sobre el conflicto judeo-palestino, habla del Tercer Mundo, critica a los ultraortodoxos de Israel... pero todo ello con sutileza, con desenfado, dentro del naturalismo total que invade la película. A pesar de su duración, la película fluye ligera, aderezada con una excelente banda sonora y una estupenda fotografía. Una película llena de autenticidad.
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