Esa paz interior, causa de la exterior, fue uno de los leit motiv de la Transición, quizá no explicitados suficientemente pero sí asumidos colectivamente. Ahora, Zapatero no sólo está consiguiendo destruir la paz interior de España , en pos de una fantasiosa paz perpetua, sino también la de los españoles.
El primer gobierno socialista actuaba bajo los principios de la modernidad. Éste de ahora vive anclado en la postmodernidad. Una postmodernidad que supone un aventajado discipulado de los presupuestos de Nietzsche, para quien el periódico –ahora diríamos la imagen, el eslogan– había reemplazado a la oración en la vida del burgués moderno, expresando así que lo intrascendente, lo efímero, había usurpado lo que quedaba de eterno en la vida cotidiana de las personas.
La ideología progresista tiene una raíz que niega la existencia y la posibilidad de realidades históricas capaces de lo permanente; el progresismo cree en el poder omnímodo del tiempo sobre lo humano. Niega el dogma, sin preocuparse por analizarlo; niega la tradición, en cuanto expresión permanente de una realidad histórica duradera; niega las instituciones basadas en la afirmación de principios universalmente válidos y de la tradición como forma de transmisión de la vida. En los moldes más extremos del progresismo, el tiempo sería, incluso, capaz de modificar sustancialmente la naturaleza del hombre, es decir, lo que le define como tal y le hace que sea reconocido.
El presidente del gobierno es un marxista radical en lo social, un fundamentalista de lo contingente, que parece gritar a los cuatro vientos aquello de que cuanto peor, mejor. Como representante del socialismo radical, que no del reformista de los primeros gobiernos de González, Zapatero –"rojo, utópico y feminista"– afirma que la vigencia de la revolución no radica en la alteración del orden público sino en la alteración del orden moral, del orden ético. No se trata sólo de modificar la realidad, sino también de cambiar la imagen sobre la realidad. No es la persona la que se encuentra con la verdad, es la verdad, fruto de la creación del hombre, la que hace progresar la historia. Lo que vale, lo que hace de un líder que lo sea, es su capacidad de transformación, de cambio social. El cambio, en los primeros gobiernos socialistas, sólo fue un eslogan electoral; ahora es un proyecto.
El presidente del gobierno ha anunciado que seguirá ampliando los derechos sociales de los españoles. Es posible que dé un paso más y permita, por ejemplo, en aras de la Alianza de Civilizaciones, la poligamia. Su único medio de contención es lo que en la terminología clásica se ha denominado ley natural. La enemiga pública número uno de las políticas sociales y socialistas de este gobierno es la ley más democrática que existe: la ley natural. La peor fuerza de contención de la política socialista es la razón que nos dice que hay criterios éticos que preceden a nuestros acuerdos convencionales, incluso a nuestras diferencias. Mientras que la ley moral garantiza que nuestros desacuerdos morales no se refieran al hecho de que tenemos que ser justos, sino sobre en qué consiste la justicia, las políticas de Zapatero están traspasando los límites de lo natural para introducirnos en el Matrix artificial de sus coordenadas. No les interesa entender ni de acuerdos ni de desacuerdos. Lo que les interesa es la permanencia en el sistema. Y así nos va...