Ese concierto es el punto de partida de ese documental, que reconstruye los hechos con entrevistas e imágenes de archivo, alternadas con innumerables declaraciones de Llach. El origen de ese concierto es que en 1976, impactado por la trágica noticia, el cantautor compuso una canción protesta: Campanadas a muerto, que se convirtió en bandera contestataria al igual que otras letras suyas, como La estaca.
Hasta aquí todo parece muy lícito e incluso justo y adecuado. Aquella actuación de la Policía Armada era síntoma de los últimos coletazos del franquismo sin Franco, y con cinco muertos y un centenar de heridos de bala en su haber, es algo a todas luces condenable desde un punto de vista moral y también político. Pero treinta años después de aquello cabía esperar una reflexión serena, dura quizás, pero fría, como la mirada de un historiador que constata que entre todas esas contradicciones se impuso la reconciliación y el pacto conocidos como el "espíritu de la transición". Pero el documental en cuestión está muy lejos de eso. Es más bien un monumento al rencor, al odio y al revanchismo con un tono radical de extrema izquierda, utópica y casposa.
El documental está diseñado con un tiralíneas ideológico. Por ejemplo, las desafortunadas intervenciones de Martín Villa, y especialmente de Fraga, están perfectamente estudiadas para cubrirles de ignominia. En ese sentido el documentalista quiere ser un Michael Moore a la española, cuyo objetivo "de tiro" es el constitucionalismo en general y el Partido Popular en particular. Sin llegar a decirlo explicitamente –decisión de una inteligencia maquiavélica– el documental es rabiosamente nacionalista, y vincula el catalanismo con el vasquismo y contra la incomprensión de "cuervos y bambis", en palabras de Llach que aluden a populares y socialistas.
No conforme con eso, la película –más bien Lluis Llach– no desaprovecha ocasión de referirse a la Iglesia con indisimulada agresividad. Posiblemente su condición de homosexual y su estancia en un internado religioso han contribuido a enquistar en él un sentimiento de odio nunca sanado ni resuelto hacia la Iglesia. Eso no quita para que en el documental salga un "cura obrero" vasco de los que en los años setenta hicieron más política que pastoral, y de cuyas intervenciones en el documental no oímos salir ninguna palabra de perdón o reconciliación.
En fin, no un paso hacia atrás, sino veinte, da este documental en la superación de las dos Españas y en el asentamiento del espíritu de la Transición. Ya lo dice el cantante en el film: aún no ha tenido lugar la transición. En definitiva, una película oportunista y zapateril. Ideología rancia en estado puro para las viejas generaciones, nostálgicas de grises ante los que correr.