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ABORTO

El Gobierno toca fondo en Semana Santa

Ahí les hemos pillado. Ya sabemos cuál es el punto flaco, por dónde hay una grieta. La reacción del Gobierno al anuncio de las Cofradías de Semana Santa de declarar públicamente su oposición a la ley del aborto libre en España ha dejado en evidencia que al Ejecutivo las cuentas no le salen como pareciera. Y para más confirmación, nos llegan las declaraciones de la ministra más desigual de la Europa civilizada, la pensadora reputada de la filosofía de género, Bibiana Aído, que nos sale con eso de que "no hay que mezclar la religión con la política".

Ahí les hemos pillado. Ya sabemos cuál es el punto flaco, por dónde hay una grieta. La reacción del Gobierno al anuncio de las Cofradías de Semana Santa de declarar públicamente su oposición a la ley del aborto libre en España ha dejado en evidencia que al Ejecutivo las cuentas no le salen como pareciera. Y para más confirmación, nos llegan las declaraciones de la ministra más desigual de la Europa civilizada, la pensadora reputada de la filosofía de género, Bibiana Aído, que nos sale con eso de que "no hay que mezclar la religión con la política".

Es decir, no hay que confundir el aborto, asesinato de una criatura inocente, con el inexistente derecho de la madre a decidir sobre otro ser; ni la función del legislador de proteger la vida del nasciturus, como bien jurídicamente protegible, con el paraguas de la supuesta criminalización de la mujer que aborta. Una cortina de humo que no deja ver el sol, es decir, la realidad tal y como es.

Lo que le preocupa a la ministra Aído es que una aparente reforma que se enmarca en la pomposa política social del Gobierno de Zapatero sirva de cuña a su incoherencia pública. Todo para el pueblo pero sin el pueblo: una nueva forma de despotismo ilustrado. Una primera piedra en el calzado, o en el camino, por eso del tamaño, que sumada a los despechos políticos y parlamentarios, puede llevar al fracaso a una de las puntas de lanza de la actual legislatura. Lo que han planteado las Cofradías de Semana Santa, con sus manifiestos, con sus expresiones públicas de defensa de la vida del concebido y no nacido, no es más que una manifestación de implacable coherencia entre su naturaleza y su misión y el presente de la historia. Frente a quienes han intentado en los últimos años convertir a las Cofradías en meras agrupaciones culturales, en comparsas de una política autonómica y regional, más cercana a las casas culturales, o del pueblo, que a agrupaciones de fieles laicos regidas por el derecho de la Iglesia, este paso adelante no merece otra respuesta que la cosecha de un sincero aplauso.

Mal que le pese a la ministra, –que con sus declaraciones confunde la religión y la política, por eso de que sospechamos no sabe lo que es la una ni la otra–, las Cofradías nos recuerdan que el respeto a la vida, desde el inicio de la concepción hasta la muerte natural, debe ser uno de los presupuesto de cualquier política; una forma de sana laicidad en la medida en que el derecho a la vida del concebido y no nacido no es un dogma de fe sino una afirmación de la razón y de la ciencia. Las Cofradías penitenciales son fruto de la presencia de la Iglesia y expresión de la fe vida en la plaza pública. Son, por tanto, el medio adecuado para que el sentido de la vida y de la muerte encuentre su plena elocuencia ante los ojos atónitos de más de un ciudadano. Mucho se habla del pluralismo social, de la interculturalidad, y de la globalización ética. Pero cuando de sacar las imágenes de los misterios finales de la vida de Cristo se trata, –finales y fundantes–, ahí se sintetiza un acontecimiento que pertenece a la entraña del corazón y de la religiosidad del pueblo español. La religiosidad popular no es sólo el mejor antídoto contra las nuevas formas religiosas de invasión del radicalismo; es el más eficaz parapeto ante las políticas que pretenden sembrar el desprecio más absoluto de la vida humana.

No serán pocos los que piensen que las cofradías deben dedicarse a lo suyo, es decir, a sacar los pasos procesionalmente por las plazas y calles de nuestras ciudades y a mantener el silencio de las procesiones. Si sólo hicieran esto, estarían reduciendo su capacidad de presentarse ante los hombres y mujeres de nuestro tiempo en lo que da sentido a su esfuerzo y a su sacrificio. Un esfuerzo cuyo referente no es sólo pasado, está vivo, presente. El Gobierno ha comenzado a tocar fondo; veremos poco a poco su hundimiento.

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