A estas alturas de la historia de la campaña de un gobierno democrático contra la Iglesia católica, en un país democrático, lo que se está poniendo en duda no es sólo la articulación de los clásicos principios que rigen las relaciones entre la Iglesia y el Estado: separación, autonomía, colaboración; es el concepto que este gobierno tiene de lo que es una democracia y de cuáles son los principios y las relaciones que conforman y fructifican su ejercicio. No se trata de defender a la Iglesia, que también; se trata de defender a la democracia. Los católicos, cuando argumentan sus reivindicaciones políticas y sociales en democracia, no lo hacen desde la fe, lo hacen desde una razón pública que es acorde con la naturaleza de lo humano; por ende, de lo público, de lo social y de lo político. La tarea del catolicismo social español es una misión en pos de la razón democrática frente a un ejercicio permisivo del poder y del sistema de gobierno social.
Los chascarrillos del señor Zapatero en los pasillos de la pascua militar sobre tal o cual cardenal u obispo evocan demasiado fácilmente las soflamas del dictador venezolano Hugo Chávez contra los cardenales de aquel país como para que no olvidemos que Rouco y García Gasco, en cumplimiento estricto de su ministerio, lo que hicieron, hacen y harán, es un necesario y sano juicio moral sobre la realidad de lo que está ocurriendo en España. Un juicio basado en el magisterio de la Iglesia y ratificado, día sí y día también, por el Papa Benedicto XVI. Es dramático que en España tengamos que añorar lo que significaría para el progreso intelectual y moral de nuestro país un presidente del gobierno capaz de diálogos de altura con el pensamiento cristiano, y no un comentarista ocasional de concentraciones ciudadanas. Ciertamente, nuestro presidente del gobierno no se sentará nunca en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.
La Iglesia en España ha tenido claro, desde la transición política, que las relaciones con el Estado no podían ser exclusivas ni excluyentes de lo político. No ha abandonado, por tanto, las relaciones con la sociedad. Por el contrario, el socialismo ha entendido que las relaciones con la Iglesia debían hacerse primaria y principalmente en el foro de la política con vistas a una equiparación de la Iglesia a una organización social más y con el horizonte posterior de la reclusión de la fe a la vida privada y, por tanto, la desaparición de la dimensión pública de la fe en la sociedad por el hecho de la irrelevancia institucional de la Iglesia.
Esta ideología estratégica, lo único probablemente que le quede al socialismo de marxismo dialéctico, es radicalmente contraria a la historia y a una auténtica percepción y concepción de la fe como acontecimiento que afecta a toda la vida y a todas las dimensiones de la persona. La Iglesia ha tenido claro que la incidencia en la propuesta de virtudes privadas y públicas no se ejercía única y exclusivamente desde el ámbito de la política, y por la política, que, por desgracia, es entendida por no pocos como obra exclusiva de los partidos políticos. Para un pensamiento cristiano acrisolado en el diálogo con las grandes ideas de la modernidad, la educación, la conformación social de las ideas que mueven a las personas, se hacía en los muy diversos estratos de socialización de la persona, la educación, la cultura, los medios de comunicación, no como esferas de calentamiento y mantenimiento de poder, sino como formas de servicio a la dignidad de la persona humana.
Uno de los más brillantes estudios de Joseph Ratzinger sobre Iglesia y política, titulado ¿Orientación cristiana en la democracia plurales? El cristianismo, fundamento imprescindible del mundo moderno (BAC 1987), concluye así: "El único poder con el que el cristianismo puede hacerse valer públicamente, en último término, es el poder de su verdad interna. Este poder es hoy tan imprescindible como siempre. Porque el hombre no puede sobrevivir sin la verdad. Esta es la esperanza segura del cristianismo. Este es su desafío y su exigencia para cada uno de nosotros". También para el señor Zapatero.