Sweeney Todd, el diabólico barbero de la calle Fleet
El gran director californiano Tim Burton, que ha dado al cine contemporáneo una de las mejores filmografías, y que es considerado por muchos estudiosos como el cineasta americano con un imaginario personal más rico y creativo, ha pegado el patinazo más importante de su carrera con Sweeney Todd. La película está bien hecha pero carece de interés, a pesar de haber cosechado dos Globos de Oro.
Un eficaz –pero muy visto– Johnny Depp da vida a Benjamin Barker, un hombre injustamente encarcelado durante quince años que consigue escapar a Londres con la intención de vengarse. Adoptando el falso nombre de Sweeney Todd, Barker regresa a su vieja barbería en el piso de arriba de la pastelería de Mrs. Lovett (Helena Bonham Carter). Una vez allí, comienza su búsqueda del juez Turpin (Alan Rickman), que le envió a presidio para robarle a su mujer, Lucy (Laura Michelle Kelly), y a su hija.
La historia está inspirada en el relato decimonónico de mismo nombre y en su versión musical que llegó a los escenarios de Broadway en 1979 de la mano de Stephen Sondheim. Tim Burton opta así por hacer un musical gore encerrando a su película en unos parámetros que la perjudican notablemente. La perjudica porque la estructura musical, lejos de agilizar la historia cinematográfica, en este caso la entorpece, y el tono gore difumina enormemente ese intangible "toque Burton" que es tan característico y beneficioso para sus películas. Nos referimos a ese toque que embellecía lo feo y le daba a lo esperpéntico un aire poético. Aquí lo feo es feo, pero atravesado de una atmósfera pictórica de cómic expresionista que le hace sucumbir en el gore. O se es Tarantino o se es Tim Burton, pero no se puede ser las dos cosas a la vez.
El ambiente londinense oscuro y lóbrego del siglo XIX, el submundo de corrupción y vicio que quiere retratar, queda por debajo del interesante fresco que nos dejó Polanski en su reciente versión de Oliver Twist e incluso de la discutible aproximación a la historia de Jack el destripador que también protagonizó Johnny Depp en Desde el infierno. Tampoco la idea más radical del argumento popular es novedosa en el cine, ya que esa malsana costumbre de asesinar a los parroquianos para utilizar su carme como contenido de las empanadillas que vende la Sra. Lovett ya nos la ofreció Jean-Pierre Jeunet en Delicatessen. Incluso la figura del malvado Turpin, estando magistralmente interpretada, evoca quedándose muy lejos al personaje del Inspector Javert de Los miserables.
Probablemente Burton debía haberse separado de la historia tradicional del barbero asesino y haber propiciado una aproximación más personal y menos esquemática y reiterativa, que el caso de las degollaciones, llega a ser aburrida y de complaciente feísmo. Es cierto que muchos seguidores de Burton están exultantes con el resultado del film, pero todos aluden a su "aspecto" y ninguno al valor de la historia como tal. En películas como Big Fish, Charlie y la fábrica de chocolate, o el mismo Eduardo Manostijeras desbordan temas, matices, asuntos e ideas de interés. ¿Dónde están en Sweeney Todd? Se trata de un envoltorio como mucho llamativo para un guión que esconde poca cosa, y esa poca cosa tiene menos interés si cabe.
Pozos de ambición
El cineasta californiano Paul Thomas Anderson, que se dio a conocer al gran público con la interesante Magnolia, afronta con Pozos de ambición un proyecto que ya ha recabado ocho candidaturas a los Oscars. Se trata de una adaptación de la novela de Upton Sinclair sobre la épica historia de Daniel Plainview, un pionero del petróleo californiano encarnado por Daniel Day-Lewis. Situada a principios del siglo XX, en la época del boom del petróleo en la frontera de California, la película recorre la carrera al éxito de un solitario y ambicioso Plainview, que pasa de ser un minero pobre y errante a convertirse en un magnate del petróleo hecho a sí mismo.
Pozos de ambición es la historia de un hombre que a base de renunciar a amar a los demás acaba no encontrando en sí mismo nada digno de ser amado. Su ambición capitalista destruye incluso la relación con su hijo adoptivo, única posibilidad de humanización que está alcance de nuestro ambicioso personaje y que no sabrá aprovechar. De hecho, es el hijo el único que tiene un alma limpia en todo el film. La ambición también salpica a la secta protestante local, cuyo líder se manchará las manos en aquello que previamente condenaba.
La película de Anderson tiene su mejor baza en la interpretación de Daniel Day-Lewis –que ganará el Oscar–, y su peor lastre en un final hiperbólico que rompe el tono del film, un film en el que se echa en falta una mayor hondura dramática en las tramas secundarias y una profundización en la evolución del protagonista. No obstante es una cinta rodada con muchísima fuerza, y cuyo guión nos deja la inquietante sensación desesperanzada de una vida echada a perder.