Entonces se volvió a Sancho y le empezó a hablar de que la libertad es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos y que por ella se puede y debe poner en riesgo la vida y que el mejor medio de vivir en libertad no es ni siquiera depender sólo de las propias fuerzas, sino únicamente de la Divina Providencia: "¡Venturoso aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo!" En estas estaban caballero y escudero, cuando se toparon con un grupo de doce labriegos que llevaban, para el retablo de la iglesia de su pueblo, unas imágenes de bulto veladas con sábanas. Don Quijote les pidió que las descubrieran y, desveladas, puesta en luz la verdad de ellas que tras las sábanas oculta quedaba, vio el hidalgo manchego que se trataba de las imágenes de San Jorge, San Martín, Santiago y San Pablo. Y contemplándose Don Quijote en el espejo de la imagen de estos caballeros andantes a lo divino, que conquistaron el cielo con sus trabajos, empezó a hacérsele luz y dudó del camino que llevaba: "Yo hasta ahora no sé lo que conquisto a fuerza de mis trabajos; pero si mi Dulcinea del Toboso saliese de los que padece, mejorándose mi ventura y adobándoseme el juicio, podría ser que encaminase mis pasos por mejor camino del que llevo".
Andaba yo estos días en interior diálogo conmigo mismo y también con los lectores en el pasado artículo, sobre cómo el hombre va perdiendo la visión de él mismo como persona y cómo con esta pérdida va también la de su dignidad y libertad y temiendo mucho que, si no recuperamos esta visión del hombre, el que una próxima ley de reproducción traiga la clonación terapéutica, no será sino un paso más de los que se puedan ir dando, porque, una vez puesto en marcha un principio, las consecuencias de éste son imparables si no es sustituido por otro. Cuando en éstas estaba, me encontré con que, desde el 17 de febrero al 19 de marzo, una de las iconógrafas de referencia en España, María Carmen del Cerro, exponía de nuevo este año, en esta ocasión en la Galería Sargadelos en Monforte de Lemos (Lugo). Sí, he dicho de nuevo este año, aunque estemos en febrero, porque lo de esta artista es algo sencillamente prodigioso. En enero, clausuró otra exposición de iconos que, durante meses, se pudo ver en el Monasterio de Silos, en mayo participará en una colectiva en Bruselas y en diciembre una nueva en Madrid en la Galería Altea.
Y entonces, me vinieron a la boca las palabras que D. Quijote en aquella ocasión dijo: "Si sois servidos, holgaría de verlas, pues imágenes que con tanto recato se llevan sin duda deben de ser buenas". Ante estos iconos, que con tanto cuidado y labor se han hecho, en los que a Dios no le ha importado que su rostro y sus misterios quedaran representados, se despierta el deseo de verdaderamente verlos, que es contemplarlos, más allá de lo mucho que de arte tienen, porque su bondad está, ante todo, en que son como un portillo por el que se nos cuela un rallito de la intimidad divina y por donde a ella podemos asomarnos y espejo en el que encontrar nuestra veraz imagen y el sentido de nuestra vida y esfuerzos.Las imágenes continuaron camino y también lo deben hacer los iconos de María Carmen del Cerro, pues no es su sitio una galería de arte, como del canto gregoriano tampoco lo es un concierto. Los iconos son para con nosotros llevarlos, escucharlos y charlar con ellos. Don Quijote, al separarse de aquellos labriegos, mientras hablaba con Sancho, quedó enredado entre unas redes que, para cazar pájaros, entre dos árboles había tendidas y se volvió a engolfar en sus caballerescas locuras. Acaso con tantos asuntos y preocupaciones que nos envuelven corramos el riesgo nosotros de quedar también enredados y volver a la locura de no ver en todos los acontecimientos, imágenes de Dios también, la Providencia que por nuestra libertad vela.