Acaso fuera porque no consideraron que fueran sólo por sí mismos los mejores, que el tener unas dotes naturales para este juego y haberlas podido desarrollar no dependía de ellos; si no, ¿por qué dar gracias y no simplemente felicitarse a sí mismos? Algunos de ellos hasta se quitaron la camiseta para mostrar mensajes como "Amo a Dios" o "Pertenezco a Jesús", éste explícitamente cristiano.
Ante tal ejercicio de la libertad de expresión, por no mencionar otras, Jim Stjerne Hansen, presidente de la Federación Danesa de Fútbol, consideró que dicho comportamiento "es inaceptable". ¿Las camisetas, la oración… qué en concreto? El gesto parece ser lo de menos, pues este mandatario balompédico dijo: "No hay lugar para la religión en el fútbol". Pero el asuntó no ha quedado en una momentánea reacción alérgica a los derechos ciudadanos. Como no debe de estar solamente en juego la salud del universo futbolístico, este danés, amante de las ideas claras y distintas, le escribió una carta a Joseph Blatter, presidente de la FIFA, en la que le decía que esto crea "una confusión entre la religión y el deporte".
El próximo mundial de futbol se va a jugar, con sus correspondientes ceremonias de apertura y conclusión, en las mismas tierras, por el cabo de Buena Esperanza, y posiblemente vaya a presentar una novedad respecto a las otras grandes citas del deporte del balón y el pie. Al parecer, Blatter tiene el propósito de vetar cualquier manifestación religiosa en él. ¿De cualquiera? Seguro que los idólatras del futbol podrán sentirse a sus anchas sin riesgo ninguno de sincretismo religioso y los devotos del anti-Dios verán contentos cómo su televisor permanece libre de herejías y blasfemias a su religión. Y es que hay cosas que, hasta para el más tolerante, son intolerables.
Si, como, en vez de establecerse la convivencia sobre el respeto mutuo, lo que está en boga es la tolerancia, hemos abierto un portillo sumamente peligroso. Tolerar a alguien algo es permitirle una conducta mala en vista de un bien mayor, pues la prohibición de lo malo podría traer consecuencias sociales peores que lo que se trataría de evitar. Pero cuando la tolerancia se establece como principio universal aplicable por cualquiera a cualquiera y para todos los casos, quiere decir que no es el respeto a la persona y sus derechos, sino que son las conductas las que ocupan el primer plano. Y además se las considera a todas malas para cada libertad individual, pero, como tengo que vivir con otros, he de tolerarlas.
Por esta vía se introduce en el inconsciente social el más craso relativismo moral, pues, si todas las conductas son malas, da lo mismo hacer una cosa que otra. Aunque no es para tanto, como todo es relativo, el relativismo moral es relativo y así algunas conductas son peores que otras. El que distinguía entre bien y mal y procuraba hacer lo primero y evitar lo segundo, acaba teniendo que tolerar no solamente algunas cosas, sino todas; y el tolerado considerará, como lo más intolerable, el que alguien distinga entre bien y mal, pues esto será lo que más amenace su libertad entendida como arbitrariedad, como poder hacer cualquier cosa. Si además se alcanza una fuerza suficiente, entonces se puede empezar a decretar que determinadas conductas pasen al estatus de intolerables, pues su prohibición ya no parecerá acarrear males mayores que la permisión.
De momento, la religión va siendo tolerada cada vez menos en el espacio público y dentro de poco pasará a ser consentida solamente como vicio privado, algo parecido a lo que ocurría con el adulterio en un pasado muy reciente; el siguiente paso sería la prohibición total. Si oís, en una homilía, un llamamiento a esta tolerancia, perdonad la ignorancia del predicador. ¡Cuántas veces nos ponemos solos la soga al cuello!