La llamada crisis de las caricaturas ha dado ocasión a muchos de mostrar de modo inequívoco su postura, aunque, a decir verdad, ésta se viera venir desde hace tiempo. Pero las situaciones negativas solamente tienen la virtud de poner en el brete de tomar decisiones, mas nunca deciden por nadie, aunque siempre esté la tentación de decir que las circunstancias lo arrastraron a uno. Desde luego, la crisis, al margen de la utilización que algunos servicios secretos hayan podido hacer de ella, nos ha preguntado sobre los límites de la libertad de expresión, muy en particular en su colisión con el respeto a las creencias de otras personas. Porque, lo que es evidente, es que no hay ningún derecho que sea ilimitado, todos concurren con otros. Es más, la posible colisión con otra libertad, no es ni mucho menos merma de ningún derecho, sino momento de configuración del mismo, pues los derechos, al serlo de la persona, no pueden prevalecer en solitario, pues sería tanto como reducir al ser humano a uno solo de sus aspectos, por tanto, mutilarlo. Como quiera que el hombre es un ser social, el que mis derechos tengan que armonizar con los de los demás, lejos de mutilarlos, los engrandecen y me posibilitan la realización íntegra de mi ser, pues ésta siempre lo será con la de los otros.
Por ello, la libertad religiosa necesita de la libertad de expresión, no simplemente de la propia expresión, sino la del que cree de manera diferente a la mía, pues negar la libertad de conciencia de otros es negar la conciencia en el ser humano, por tanto, también la propia y, con ella, la posibilidad misma de la religión, que solamente es pensable en los seres libres. La libertad de expresión, por su parte, postula el respetar a quienes puedan tener otras posturas, pues, de otro modo, si alguien puede ser atacado por lo que piense o crea, ya no se estaría hablando de libertad de expresión, sino de la libertad del más fuerte a imponerse. Estos derechos tienen que ser protegidos por el Estado, de modo que no haya personas con más derechos que otras. ¿Es esto así? Aquí en España, el obispo de Jerez, Juan del Río ha dicho que en nuestro país "hay dos varas de medir", ya que mientras algunos políticos "piden sensibilidad para comprender al Islam, callan o miran a otro lado cuando hay ultrajes al cristianismo". Por su parte, en Francia, Matthieu Baumier ha dicho que "atacar al cristianismo se ha convertido en una especie de deporte sin riesgos". Y, desde Italia, Vittorio Messori está abogando por la creación de una liga para replicar metódicamente a la catarata de falsedades intelectuales e históricas sobre la Iglesia Católica y el cristianismo.
Tal vez esto sea lo más grave, porque el Estado puede y debe actuar ante agresiones abiertas, pues cuando se multiplican las acometidas verbales contra un grupo, la historia nos enseña que esto suele terminar en ataques físicos. Pero ante la irresponsabilidad intelectual, las fantasmagorías con visos históricos, etc., difícilmente puede hacerlo, incluso ni sería recomendable el que lo intentara, pues se metería en un terreno donde la arbitrariedad sería fácil y la tentación de tapar bocas, con la excusa de hacer un bien, manifiesta. Es la sociedad la que debe empeñarse en la búsqueda de la verdad, pues, entre otras cosas, la falsedad y las medias verdades, que suelen ser las mayores mentiras, sobre algún grupo lleva a que nos situemos en un estado social de falsedad, con lo cual, en ese caso, hablar de libertad de expresión no dejaría de ser un eufemismo, pues cuando se ha instalado la mentira, la libertad desaparece, aunque uno crea que la tiene al poder decir cualquier cosa.
Es alarmante ver cómo, en sociedades atiborradas de licenciados universitarios, menudean, con éxito de ventas, autores como Dan Brown o Michael Onfray. Cuando un sistema educativo ha creado tal abundancia de lectores acríticos, capaces de tomar por verdaderos incluso libros que no tienen el más mínimo rigor intelectual ni siquiera, en muchos casos, visos de verosimilitud, estamos ante una sociedad muy masificada, dispuesta a ser moldeada al antojo del poderoso. Ante esto, lo que cabe es un tenaz e incansable trabajo intelectual y de difusión y un empeño claro por una buena educación. No se puede esperar que el Estado haga lo que ni puede ni debe hacer; la búsqueda de la verdad nos engrandece, aguardarla pasivamente nos envilece.