Lo siento, amigos, vuelvo a desaconsejar la lectura de este artículo a quien quiera ver la última película de Juanma Bajo Ulloa y no lo haya hecho ya. La película se presentó en el delicioso Festival de Mar del Plata el pasado marzo después de una terrible carrera de obstáculos en la que Ulloa no encontraba distribuidor. Tampoco la producción fue fácil: se partió de la filosofía de trabajar al margen de la industria, sin presiones de tiempo, comerciales o de otro carácter ajeno al artístico. Se ajustaron mucho los sueldos, se buscaron decorados y localizaciones naturales y se abarataron al máximo los costes de producción. Para más inri, la película es una crítica mordaz al mundo de la producción cinematográfica, lo que no facilitaba suscitar simpatías en el sector industrial.
El argumento se centra en Venus, una joven de 25 años, es dulce, romántica y no muy atractiva. Ella vive con su estoico padre en un aislado valle vascongado. Su relación siempre ha sido cordial pero absolutamente carente de cualquier muestra de cariño. Cuando tenía nueve años, un niño del pueblo que emigraba con sus padres dio a Venus su primer y único beso, y los dos se juraron amor eterno. Desde ese momento, día tras día, ella espera en vano su regreso. Ahora, muchos años después Venus cree reconocer a su amor en un joven actor que aguarda en la comarca el comienzo del rodaje de un superproducción hollywoodiense.
Muy bonito. Parece una historia de amor que defiende la inocencia y la pureza frente a los juegos sexuales del mundo de la farándula, donde no hay amor, sólo interés. Y así transcurre la película, mágica y deliciosa, muy crítica con los usos del famoseo, una cinta en que te identificas con todas las propuestas del director. Pero hete aquí, que cuando faltan dos minutos para acabar esa fascinante historia, Juanma Bajo Ulloa saca su navaja y nos la clava por la espalda hasta el tuétano. No cuento lo que pasa para no reventar la película, pero el mensaje es claro: no existe la inocencia, el amor es mentira. De repente uno entiende por qué el film comienza con una cita de Maquiavelo, y también comprende estas declaraciones del director: “La película es un cuento de amor, porque el amor verdadero es un cuento (chino)”. El espectador que se ha percatado de la puñalada –no todos se enteran, gracias a Dios– se queda petrificado ante lo que considera una auténtica canallada, casi una broma de mal gusto.
Este rencor hacia la vida es sincero, Juanma Bajo Ulloa –al que conozco personalmente– es un hombre abierto al diálogo y deseoso de confrontar sus posiciones. No se alegra de la mentira, ni de lo que cuenta, sólo lo espeta desde el fondo de su corazón. Y esto se agradece. Prefiero esto a vender la muerte de Sampedro como un bonito huevo de Pascua. Lo que hace falta ahora es ir al fondo de la propuesta de Frágil. Pero esa es tarea del espectador.