Cada día que pasa sumamos una noticia a la olimpiada de la Educación para la ciudadanía. Es posible, y real, que en el partido socialista estén nerviosos ante la especie que ha corrido de que la Iglesia habría montado una estrategia bifronte: por un lado los religiosos de la FERE en un equilibrio inestable de acomodación a la doctrina de la Iglesia; y por otro las asociaciones de padres y de familias con un activo rechazo a esta materia y con una campaña de movilización nada desdeñable.
No es para tanto. La Iglesia no necesita más que la estrategia de la verdad y de la defensa de la dignidad de la persona. El fin, aunque no se lo crean los socialistas, nunca justifica los medios. En el partido de Zapatero hay quien se está poniendo nervioso. Y no es precisamente el presidente del Gobierno que sabe cumplir la palabra dada a la ideología de Zerolo de activar la maquinaria educativa de la legitimación social de algunas ideas inconfesables. Ya se sabe que, para hacer hoy la revolución, es más necesaria la escuela que la calle.
Quizá olvidemos un dato significativo: la objeción de conciencia frente a Educación para la ciudadanía representa hoy el mayor movimiento europeo de objeción desde hace muchos años. Si la objeción de conciencia ante el servicio militar tardó diez años en cristalizar, y recogió unas setenta mil firmas, la objeción de conciencia frente a esta asignatura, en menos de un año, ha conseguido más de quince mil.
Es el momento de la unidad de los padres, de los colegios y de los colegios con los padres. Debemos recordar, como ha hecho el presidente de la Asociación Católica de Propagandistas y de la Fundación Universitaria san Pablo CEU, Alfredo Dagnino, que esta asignatura submarino constituye una "agresión a la libertad de enseñanza y al derecho de los padres a decidir sobre la educación de sus hijos". La cuestión de fondo radica en que esta materia, tal y como ha sido diseñada en sus contenidos, "implica una lesión grave del derecho originario e inalienable de los padres y de la escuela, en colaboración con ellos, a elegir la formación moral que deseen para sus hijos", que atenta contra la libertad ideológica y religiosa consagrada en el artículo 16 de la Constitución Española, así como contra la libertad de los padres para elegir la educación moral de sus hijos de acuerdo con sus propias convicciones (artículo 27.3).
Por más que se empeñen algunos patronos educativos, la objeción de conciencia no se impone a nadie: es un ejercicio responsable y libre de los padres. Éstos no actúan contra los colegios; defienden su derecho a elegir la formación moral que quieran para sus hijos frente a una ley que impone una formación de la conciencia obligatoria para todos.
Sentir miedo frente al poderoso ha sido una constante en la historia de la humanidad. Las continuas amenazas del Gobierno o los argumentos reiterados sobre la ausencia de excepciones al cumplimiento de la ley no deben hacernos olvidar que la objeción de conciencia se ejerce precisamente contra leyes en vigor o contra determinados preceptos de una ley bajo el paraguas de la ley. Los tribunales son los únicos que pueden dictaminar si procede o no esta objeción. La objeción se puede ejercer porque la ampara una ley superior, la Constitución, y más allá, el derecho natural.
La clave de este movimiento cívico de primera magnitud, el mayor de Europa de en muchos años, está en la relación entre los artículos 27, 3 y 16 de la Constitución. Se están vulnerando demasiados aspectos esenciales de la convivencia democrática como para dejar impunes los efectos de las intenciones, manifiestas y ocultas, del Gobierno. Contra la Constitución, no pasarán.